A lo largo de mi tiempo he
aceptado todos los cambios “con la boca abierta”. Durante las diferentes etapas
los paradigmas evolucionaron de una forma sostenida. Siempre, a lo largo de la
historia, la cultura, los valores y las creencias han expresado que la “evolución”
es el único sentido de la vida. Nunca han quedado inmutables.
La timidez y el miedo eran una
característica de mi personalidad. La observación de mi entorno el mayor entretenimiento.
Disfrutaba contemplando y analizando a los demás, quizás esta actitud me sirvió
para comprender, muy pronto, que ante el espectáculo que tenía a mí alrededor,
lo mejor era bromear y reírme de todo, empezando por mí mismo. Esta actitud me
granjeó muchos problemas, sin embargo, era mi defensa ante una familia que
magnificaba lo diminuto, lo absurdo y lo intranscendente, con un sentido
trágico de la vida que me agobiaba tanto que, para mí, era insoportable.
Siempre conseguía encontrar en situaciones, aparentemente dramáticas, una
comicidad que me hacía reír hasta el paroxismo. Estaba claro que no formaba
parte del “clan” y que mi “felicidad” tenía un precio, la autoexclusión
provocada. Yo no tenía mucho interés por integrarme pero tampoco había un gran
apego para que esto fuera así. Crecí en un retiro postergado y con una
comunicación desatenta, solo era objeto de atención cuando alguien gritaba
enfurecido ¡Un cristaaaal en el
zapatoooo! Evidentemente, iba dirigido a mí, ya que ante cualquier acto o
acción perversa yo era el objetivo de la diana. Sin embargo, del miedo pasé al halago, me sentía objeto de presencia, aunque solo fuera para reñirme.
En los años 60 se produjeron
grandes cambios a nivel internacional y a nuestro país llegó la década
prodigiosa con la música pop rock. Según
decían era una revolución contracultural y recuerdo que, en ese año, empecé mis
estudios de medicina en la universidad de Granada. Fue una época de miedo inolvidable.
Los grupos de resistencia universitaria se organizaban para afrontar la última
etapa del franquismo, recuerdo con gran pesar que algunos de mis compañeros lo
pagaron muy caro, con su propia vida, como Idelfonso y Martí. Yo continuaba con
la “boca abierta” por el pasmo y el dolor.
Pero sí, “con la boca abierta”,
así he estado toda mi vida y no me arrepiento. Con la boca abierta ante las
sorpresas que me deparaba la Vida. Con la boca abierta ante el mayor
espectáculo del mundo, la Vida. Con la boca abierta ante el amor que nos rodea,
aunque muchas veces estemos ciegos para verlo. Con la boca abierta por la
fragilidad y vulnerabilidad del ser humano, aunque muchas veces nos creamos que
somos el “rey del mambo”. Con la boca abierta ante la impermanencia de las
cosas y la creencia de que son eternas. Con la boca abierta por la anestesia que
mostramos ante las injusticias que nos rodean. Con la boca abierta por mi
capacidad de sorpresa y mi espíritu crítico y conflictivo. Con la boca abierta
y la “cara de gilipollas” que se me queda al darme cuenta que aún sigo estando
con la boca abierta.
Los ratones de la memoria me recuerdan
los episodios de mi juventud y de mi madurez, donde la hipocresía y la represión
regresan para hacerme sentir culpable por estar vivo. Sin embargo, a pesar de
mi personalidad “neutrina”, no reniego de nada, no me arrepiento de nada, no
hubiera cambiado nada, aunque probablemente no hubiera actuado de la misma
manera en ninguna circunstancia. Sin embargo, heme aquí, producto de varios naufragios
y en medio de este inmenso lodazal de incertidumbres. No creo en los dogmas, ni
siquiera cuando sea mayor. Pero procuraré desplazarme con prudencia por esta
escalera de caracol, me centraré más en los escalones que en las curvas, en la
subida que en la bajada, estaré menos pendiente del tiempo que del tiempo en
recorrer este camino.