Oye Gomardo, he oído en la radio que, en el siglo
XXI, van a crear un cuerpo de funcionarios del Estado para darles la puntilla a
los viejos que no se quieran morir. ¡Cojones con la crisis! ¡Hombre Emiliano! Alguien tendrá que
pensar en los demás, ten en cuenta que el paro va a seguir aumentando, los
viejos serán cada vez más viejos y los “hombres de bien” como yo, no podremos
pagar más para mantener a los “gandules” que no quieren trabajar. Además,
no hacen más que gastar, especialmente
los más ancianos que están todo el día tomando pastillas y como dice mi
maestro, como si fueran “choches”. Con lo peligrosas que son las medicinas,
pero “esta generación son como las
cucarachas, resisten hasta una bomba nuclear”. Bueno, bueno, de seguir así,
con mucha gente como tú, nos vais a poner un código de barras con la fecha de
caducidad. Y quien no quiera morirse lo apuntillarán pero espero que, mientras
tanto, a estos “mantequeros” les hagan la vida imposible y que no olviden que los
viejos son “pata negra” de la sociedad y suponen, en España, un ejército
de más de siete millones de personas, la vejez no es una condena.
Pasado el tiempo y después de algunos años,
Emiliano ejercía como director en una residencia de ancianos, “Residencia
Caribú, el Zaguán del Cielo”.
En una mañana radiante y fría, el sol entraba en la
“Residencia-Hogar” a través de los cristales de los enormes ventanales, aunque llamar
hogar a esto era una broma pesada, parecía más bien una casa de exterminio por
lo que los residentes estaban todo el día de “mala leche”. Por el pasillo
central desfilaban los internos acompañados por sus cuidadores. Acababan de
abandonar el comedor donde habían desayunado y algunos todavía masticaban un
trozo de pan. Todos se dirigían, en formación, a la sala de reuniones donde habían
sido convocados.
¡Parece que D. Emiliano nos va dar la homilía
dominical! ¡No hables así Gomardo! No ves que D. Emiliano está muy preocupado,
el pobre querrá tranquilizarnos con todo lo que está pasando. ¡Pues ya podría
haber puesto remedio en este establo! No te das cuenta que todo lo que pasa
aquí es porque este edificio está maldito. Estoy convencido que estas mujeres
que han muerto han sido ajusticiadas. ¡Que disparate y qué tonterías dices!
Una vez reunidos en la sala hizo su aparición D.
Emiliano, tenía un aspecto desaliñado y su cabellera blanca alborotada. El
murmullo de la gente no se apaciguó y se oían comentarios sobre el miedo que
tenían algunos internos. ¡Esto es una epidemia y pronto nos atacará a todos!… ¡Esta
residencia es tercermundista, vivimos entre la mugre y el frío, es normal lo
que está pasando! Purificación, una anciana muy alicatada, con coloretes,
labios rojo carmesí y un vestido de gasa muy floreado, comentó: Pues, como esto
siga así, yo me voy a vivir con el cura de Porriño que me lo pidió hace algunos
años, bueno bastantes, pero da igual, él querrá que vuelva a su lado, aunque
sea para cuidarlo que estará muy viejito, bueno eso si no está ya muerto. Otro
interno, más joven, Nicolás, dijo en voz alta: Pues yo creo que el próximo en
caer es D. Emiliano ¿No ves que mal color tiene? Raúl, el más anciano de la
residencia y antiguo alcalde comunista, comentó: La solución es prenderle fuego
a la residencia y depurar a todos los malos espíritus, incluidos algunos
corpóreos, que hay aquí dentro. Hay que actuar rápido, si no nos enterrarán
antes de tiempo.
Dña. Carmela, la madre del Dr. Huberto, médico del
asilo, era la más prudente y servicial, siempre estaba dispuesta para
cualquiera que la necesitara y su opinión era tenida en cuenta, gozaba de un gran respeto entre sus
compañeros, dijo: ¡Estáis todos locos! No veis, que este buen hombre está
sufriendo mucho, imaginaros el problema que tiene, si ya había escasez de
personal en la residencia, ahora con cuatro menos ya me diréis y las
consecuencias las vamos a pagar todos nosotros. Por otro lado, Arcadio, el
abuelo cascarrabias que siempre estaba controlando a sus correligionarios, alzó
la voz para regañar a su compañero de habitación Gumersindo. ¡Tú sí que estás
“pirao” Gomardo! (apodo en español de Gumersindo), como no dejes esa “María” que
te fumas a escondidas vas a terminar como el tonto de Rafalin, muy mal.
En ese momento se oyó un murmullo que cada vez fue
aumentando en intensidad. Una voz nerviosa y temblorosa gritó: ¡Ay Dios mío! ¡Socorro!
¡Socorro!, Angelina no se mueve, tiene la cara torcida y parece que no respira. ¡Ay Dios mío! San
Teófilo, San Gilberto, San Felipe de Jesús y Santa Águeda protégenos de este
infierno. ¡¡ESTÁ MUERTA!! Al oír la gente que alguien se había muerto, pronto se estableció el caos, las
mujeres empezaron a gritar como locas, todas intentaban encontrar la salida y
se fueron agolpando en la puerta. Dos sillas de ruedas se volcaron y los
enfermeros tropezaron cayendo uno de ellos con tan mala fortuna que se dio un
fuerte golpe en la cabeza y quedó inconsciente encima de un residente.
El griterío era descomunal y el pánico fue invadiendo
a todos los que estaban en la sala, incluidos a D. Emiliano y al personal
sanitario del centro. Mientras tanto, Gomardo, en un rincón de la sala, estaba
fumando uno de sus cigarrillos y no parecía estar muy preocupado con todo lo
que estaba pasando, incluso parecía que estaba disfrutando y no paraba de
reírse cuando alguien se caía. En ese momento, tropezaron con él y el
“cigarrillo” cayó al suelo, intentó cogerlo y alguien lo pisó a lo que
reaccionó de una manera muy violenta ¡Bueno, ya está bien! ¡Que me vais apagar
el cigarro! y no tengo ¡FUEGO!, Al decir la palabra fuego alzó la voz para que
lo oyeran mejor y en ese momento alguien que estaba cerca de él gritó con
fuerza ¡FUEGO! ¡FUEGO! ¡FUEGO!
Los gritos aumentaron de intensidad y el pánico
alcanzó un dramatismo enloquecedor. D. Emiliano con una voz temblorosa gritó:
Por favor, ¡Que llamen a una ambulancia! el pobre Gregorio está inconsciente. Y
que también vengan los bomberos ¡Que alguien llame a los bomberos!
El ambiente en la residencia
se había enrarecido hasta límites insoportables. La higiene era lamentable y la
falta de personal estaba provocando situaciones desesperadas. En una ocasión, Gumersindo,
debido a falta de personal, oyó gritar a una mujer en silla de ruedas para que
la llevaran al cuarto de baño, como nadie apareció por allí él la ayudó a
montarla en la grúa para que hiciera de vientre, la pobre estaba con diarrea.
La buena señora pesaba cerca de 100 Kg y la colocó, con gran dificultad, en el
wáter. Al finalizar, Gumersindo intentó pasarla a la silla de ruedas, con tan
mala fortuna que la mujer se balanceó en la grúa y cayó hacia atrás clavando la
cabeza y medio tronco en el inodoro. Se quedó con las piernas hacia arriba
moviéndolas con gran agitación y
encajada, por lo que requirió de mucha ayuda para sacarla de tan desgraciado
trance. Esa misma tarde se declaró una epidemia de diarreas que afectó
prácticamente a todos los residentes. La alarma fue muy grave ante la sospecha
de una salmonelosis que hubo que movilizar a todo el servicio de salud y de
medicina preventiva del hospital de la comarca. Después de varios días no se
logró identificar la causa de esas diarreas, al menos no fue de origen microbiano
conocido.
Gertrudis San Cristóbal, sobrina
del director, tomó posesión como empleada de la residencia y no pudo tener peor
comienzo en sus tareas domésticas, especialmente en la cocina y en el comedor.
Cuando llevaba la comida en un inmenso perol lleno de guiso de lentejas,
aderezado con un bote completo de evacuol, Purificación le puso la zancadilla y
cayó a horcajadas sobre dos residentes, Gumersindo y Raúl, los gritos se oyeron
en todo el edificio. Salieron corriendo como locos ¡Me quemo, me quemo! ¡Socorro,
busquen al médico! ¡Anda mira el Gomardo y su afición al fuego! ¡Qué se joda!
Bastante mal rato nos hizo pasar el otro día y para el comunista, una ración
doble de hierro, con el que le sobren a las lentejas para que pueda hacerse un
llavero con la hoz y el martillo, dijo Purificación.
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