domingo, 28 de abril de 2013

“CON LA BOCA ABIERTA”


A lo largo de mi tiempo he aceptado todos los cambios “con la boca abierta”. Durante las diferentes etapas los paradigmas evolucionaron de una forma sostenida. Siempre, a lo largo de la historia, la cultura, los valores y las creencias han expresado que la “evolución” es el único sentido de la vida. Nunca han quedado inmutables.

 Sin embargo, las dos primeras décadas de mi vida marcaron el rumbo de mi devenir en el tiempo.

 La postguerra en España marcó las secuelas de un país inmerso en la miseria y el dolor. La década de los 50 estaba impregnada de grandes dificultades para pasar el día a día, la máxima atención se centraba en la supervivencia más básica. La vida cotidiana se distraía a través de la radio y los folletines que hacían olvidar la propia vida. Era una España gris, oscura en la comunicación que estaba presidida por el miedo, siempre podía estar escuchando alguien que alertaba al MOP (Ministerio de Orden Público). Mientras tanto, los niños éramos socializados en el régimen a través de la “Formación del Espíritu Nacional”, asignatura obligatoria que no era impartida en el colegio sino en una sede de la Falange. Pronto aprendimos que no hacía falta estudiar para aprobarla, solo mostrar actitudes de “buen español”. Afortunadamente no tengo grandes recuerdos de este episodio de mi vida.

La timidez y el miedo eran una característica de mi personalidad. La observación de mi entorno el mayor entretenimiento. Disfrutaba contemplando y analizando a los demás, quizás esta actitud me sirvió para comprender, muy pronto, que ante el espectáculo que tenía a mí alrededor, lo mejor era bromear y reírme de todo, empezando por mí mismo. Esta actitud me granjeó muchos problemas, sin embargo, era mi defensa ante una familia que magnificaba lo diminuto, lo absurdo y lo intranscendente, con un sentido trágico de la vida que me agobiaba tanto que, para mí, era insoportable. Siempre conseguía encontrar en situaciones, aparentemente dramáticas, una comicidad que me hacía reír hasta el paroxismo. Estaba claro que no formaba parte del “clan” y que mi “felicidad” tenía un precio, la autoexclusión provocada. Yo no tenía mucho interés por integrarme pero tampoco había un gran apego para que esto fuera así. Crecí en un retiro postergado y con una comunicación desatenta, solo era objeto de atención cuando alguien gritaba enfurecido ¡Un cristaaaal en el zapatoooo! Evidentemente, iba dirigido a mí, ya que ante cualquier acto o acción perversa yo era el objetivo de la diana. Sin embargo, del miedo pasé al halago, me sentía objeto de presencia, aunque solo fuera para reñirme.

 Desconozco porqué sacaba a mi padre de sus casillas, reconozco que era un niño travieso, pero no más que cualquiera de mi edad. La frase más repetida durante mi infancia era ¡Baja Pedrooo! Invocación al santo padre de la iglesia. Automáticamente, yo adoptaba  una posición en jarras, miraba al techo esperando que algún día el santo se dignara a responder a la “súplica”, pero no, nunca lo vi, o no estaba o estaba muy ocupado. Es curioso que mi progenitor, no siendo una persona religiosa, se empeñara en hacerme mártir de la iglesia obligándome a estudiar, durante  toda mi adolescencia, en un colegio de curas. Trabajo me costó desprenderme de esta “costra” adherida a mi piel.

En los años 60 se produjeron grandes cambios a nivel internacional y a nuestro país llegó la década prodigiosa con la música pop rock. Según decían era una revolución contracultural y recuerdo que, en ese año, empecé mis estudios de medicina en la universidad de Granada. Fue una época de miedo inolvidable. Los grupos de resistencia universitaria se organizaban para afrontar la última etapa del franquismo, recuerdo con gran pesar que algunos de mis compañeros lo pagaron muy caro, con su propia vida, como Idelfonso y Martí. Yo continuaba con la “boca abierta” por el pasmo y el dolor.   

 Después de las primeras dos décadas de mi vida me he preguntado muchas veces ¿Que hubiera sido de mí en situaciones diferentes? ¿Cómo habría actuado ante pasados distintos?  Y, esos futuros congelados en el tiempo ¿Donde están? ¿Por qué elegimos un solo camino? ¿Hubiese sido lo mismo? Parece que siempre mis otros “yo” están reclamándome lo que pude ser y no fui, me echan en cara y me reclaman su pasado y la parte que les corresponde, una vida que nunca viví y que, tampoco, podré ofrecerles. Mi yo no es que esté desdoblado, está multiplicado a la enésima potencia. A veces estoy en un bucle dando vueltas y vueltas y no parece acabar nunca. El trayecto es corto y los deseos infinitos. Nunca me conformé. El apego cabalga solo y va sin control, pero quizás sea hora de poner el freno, de reflexionar de una manera pausada, de agradecer a quien corresponda, las recompensas de mis “ratones de la memoria”.

Pero sí, “con la boca abierta”, así he estado toda mi vida y no me arrepiento. Con la boca abierta ante las sorpresas que me deparaba la Vida. Con la boca abierta ante el mayor espectáculo del mundo, la Vida. Con la boca abierta ante el amor que nos rodea, aunque muchas veces estemos ciegos para verlo. Con la boca abierta por la fragilidad y vulnerabilidad del ser humano, aunque muchas veces nos creamos que somos el “rey del mambo”. Con la boca abierta ante la impermanencia de las cosas y la creencia de que son eternas. Con la boca abierta por la anestesia que mostramos ante las injusticias que nos rodean. Con la boca abierta por mi capacidad de sorpresa y mi espíritu crítico y conflictivo. Con la boca abierta y la “cara de gilipollas” que se me queda al darme cuenta que aún sigo estando con la boca abierta.

Los ratones de la memoria me recuerdan los episodios de mi juventud y de mi madurez, donde la hipocresía y la represión regresan para hacerme sentir culpable por estar vivo. Sin embargo, a pesar de mi personalidad “neutrina”, no reniego de nada, no me arrepiento de nada, no hubiera cambiado nada, aunque probablemente no hubiera actuado de la misma manera en ninguna circunstancia. Sin embargo, heme aquí, producto de varios naufragios y en medio de este inmenso lodazal de incertidumbres. No creo en los dogmas, ni siquiera cuando sea mayor. Pero procuraré desplazarme con prudencia por esta escalera de caracol, me centraré más en los escalones que en las curvas, en la subida que en la bajada, estaré menos pendiente del tiempo que del tiempo en recorrer este camino.

 ¡Fuera la cultura del miedo! Con “la boca abierta”.

jueves, 18 de abril de 2013

HISTORIA DE BALNEARIOS

Estaba clareando el día y me dirigía con paso firme, pero pausado, a la zona de baños y lodos del segundo sótano de un balneario centenario. Dicen los viejos del lugar, que ya lo usaban los árabes e, incluso, los romanos y que las propiedades de las aguas termales las disfrutaron reyes y emperadores. Cuenta la leyenda que los peregrinos viajaban desde cualquier parte del mundo para disfrutar de las termas ya que, no solo eran curativas en multitud de enfermedades, sino que además tenían fama de ser las aguas de la “eterna juventud y sabiduría”. Al cabo de los días de estar aquí, todos los viajeros, tanto los viejos como los jóvenes, se transformaban. De tal manera que los que eran más jóvenes se volvían más sabios y los más viejos más guapos, más jóvenes y más inteligentes, pero lo verdaderamente extraordinario, era el gran prodigio del milagro del entendimiento. Nadie sabía explicarlo pero las lenguas se unificaban y la comunicación era una sola. Todo el mundo se entendía usando un dialecto desconocido para todos, pero comprensible para muchos que, eran los afortunados, aquellos que descubrían el gran poder y el secreto al sumergirse en las aguas milenarias muy azufradas y calientes. Quienes eran capaces de resistir su acometida podían disfrutar del placer de la razón y el discernimiento. El clima era de hermandad y de intercambio de conocimiento entre unas culturas y otras. Las termas y sus aguas obraban el milagro de la confraternidad, la concordia y la paz. Algunos llegaban a decir que este balneario era el paraíso.

Sin embargo, estas cualidades han ido desapareciendo con el tiempo. Hay quien afirma que es debido a la mala acción de los políticos, que no han dudado en inundar las diferentes termas para hacer pantanos o para grandes urbanizaciones con campos de golf. Para estos gestores de lo público los balnearios solo era cosa de viejos, jubilados del IMSERSO, que no suponen más que una carga y gastos para el erario público. No cabe duda que debían de reciclar a los políticos en cultura general o bien colocarlos en las calderas del infierno.

En estos devaneos mentales me entretenía cuando me inundaban de lodo todo el cuerpo. Es cierto que los clientes de los balnearios somos personas de cierta edad, yo, en mi caso, desde hace algunos años los frecuento para tratar mi osteoartritis, un regalo de mi viejo sistema inmunológico y que lo procuro paliar con barro y agua y no con productos químicos cuyas industrias lo que pretenden es hacerle un favor a la seguridad social liquidándome.

El olor que desprendían las termas desde el fondo de la caldera era muy  intenso, parecía que, poco a poco, me adentraba en el infierno, sin embargo, el calor era reconfortante y la emanación que inundaba todas las salas tenía una fragancia a azufre que me cautivaba. Si el infierno era así, no me importaría apuntarme para el resto de la eternidad, al menos los dolores no estarían presentes.

De pronto, escuché en las cabinas contiguas a la mía, que otros vecinos estaban contando sus dolencias para comprobar quienes las tenían “más grande”. Era deprimente, no había otros motivos de conversación, no se hablaba de futbol, de mujeres, de comida, es decir de todo lo que hace feliz a la gente, tampoco de filosofía, ni de ética,  ni propedéutica. Desde el fondo del túnel subterráneo, parecía que una voz ahogada pedía ayuda. ¡Por favor, sáquenme de aquí! ¡Por favor, sáquenme de aquí! Alguien le preguntó: ¿Quién es usted? ¿Qué le pasa? Que estoy atascado y no puedo salir. Pero, hombre de dios, ¿Qué le pasa? Estoy aquí desde ayer, me dejaron y se olvidaron de mí. Pero, ¡levántese y ande! Es que no puedo, como me cubrieron con barro, este se secó y estoy pegado a la camilla. ¡Coño! Los sicarios de la Cospe, ya lo decía yo, ¡Ya están actuando!, estos dijeron que no iban a bajar las pensiones y vaya que lo van a cumplir, no lo necesitan, nos están eliminando. Hay que ver urgentemente lo que hay en lo más hondo del túnel, seguro que hay más de un autobús del Imserso, los están transformando en hombres de paja y barro. Sí, además según me han dicho aquí hay túneles de más de 100 kms. de longitud. ¡Coño! Ahí cogen unos cuantos autobuses, incluyendo al bus y a los chóferes.

¡Qué pena! Lo que fueron estos balnearios, centros del saber y de la liturgia de la concordia y de la vida. ¿Cómo acabaremos? Estos apóstoles de las “buenas” costumbres de la fe y el dogma, nos han sentenciado sin juicio previo, nos quieren arrojar a las profundidades del infierno y quizás, nos introduzcan en el fondo de un pantano donde nadie nos encontrará nunca jamás. Pero lo que ellos no saben es que estoy escribiendo esta historia para que, vosotros, los futuros, los jóvenes, los ancianos, estéis todos preparados, somos muchos y todos juntos podemos, Yes,  we can.