Sin embargo, estas cualidades han ido desapareciendo
con el tiempo. Hay quien afirma que es debido a la mala acción de los
políticos, que no han dudado en inundar las diferentes termas para hacer
pantanos o para grandes urbanizaciones con campos de golf. Para estos gestores
de lo público los balnearios solo era cosa de viejos, jubilados del IMSERSO,
que no suponen más que una carga y gastos para el erario público. No cabe duda
que debían de reciclar a los políticos en cultura general o bien colocarlos en las
calderas del infierno.
En estos devaneos mentales me entretenía cuando me
inundaban de lodo todo el cuerpo. Es cierto que los clientes de los balnearios
somos personas de cierta edad, yo, en mi caso, desde hace algunos años los
frecuento para tratar mi osteoartritis, un regalo de mi viejo sistema
inmunológico y que lo procuro paliar con barro y agua y no con productos
químicos cuyas industrias lo que pretenden es hacerle un favor a la seguridad
social liquidándome.
El olor que desprendían las termas desde el fondo de
la caldera era muy intenso,
parecía que, poco a poco, me adentraba en el infierno, sin embargo, el calor
era reconfortante y la emanación que inundaba todas las salas tenía una
fragancia a azufre que me cautivaba. Si el infierno era así, no me importaría
apuntarme para el resto de la eternidad, al menos los dolores no estarían
presentes.
De pronto, escuché en las cabinas contiguas a la
mía, que otros vecinos estaban contando sus dolencias para comprobar quienes
las tenían “más grande”. Era deprimente, no había otros motivos de
conversación, no se hablaba de futbol, de mujeres, de comida, es decir de todo
lo que hace feliz a la gente, tampoco de filosofía, ni de ética, ni propedéutica. Desde el fondo del
túnel subterráneo, parecía que una voz ahogada pedía ayuda. ¡Por favor,
sáquenme de aquí! ¡Por favor, sáquenme de aquí! Alguien le preguntó: ¿Quién es
usted? ¿Qué le pasa? Que estoy atascado y no puedo salir. Pero, hombre de dios,
¿Qué le pasa? Estoy aquí desde ayer, me dejaron y se olvidaron de mí. Pero,
¡levántese y ande! Es que no puedo, como me cubrieron con barro, este se secó y
estoy pegado a la camilla. ¡Coño! Los sicarios de la Cospe, ya lo decía yo, ¡Ya
están actuando!, estos dijeron que no iban a bajar las pensiones y vaya que lo van
a cumplir, no lo necesitan, nos están eliminando. Hay que ver urgentemente lo
que hay en lo más hondo del túnel, seguro que hay más de un autobús del
Imserso, los están transformando en hombres de paja y barro. Sí, además según
me han dicho aquí hay túneles de más de 100 kms. de longitud. ¡Coño! Ahí cogen
unos cuantos autobuses, incluyendo al bus y a los chóferes.
¡Qué pena! Lo
que fueron estos balnearios, centros del saber y de la liturgia de la concordia
y de la vida. ¿Cómo acabaremos? Estos apóstoles de las “buenas” costumbres de
la fe y el dogma, nos han sentenciado sin juicio previo, nos quieren arrojar a
las profundidades del infierno y quizás, nos introduzcan en el fondo de un
pantano donde nadie nos encontrará nunca jamás. Pero lo que ellos no saben es
que estoy escribiendo esta historia para que, vosotros, los futuros, los
jóvenes, los ancianos, estéis todos preparados, somos muchos y todos juntos
podemos, Yes, we can.
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