El sol ya se había ocultado por
el horizonte y yo caminaba de vuelta hacia mi casa. Estaba en un lugar perdido,
en las afueras de la ciudad. Allí no llegaban ni los servicios de limpieza, ni siquiera
los postes de la luz. El ruido ensordecedor de la circulación se había quedado
atrás y la luz eléctrica también me había abandonado, solo se veía en el fondo
de la oscuridad una silueta de luces que marcaban las casas de la población. Caminaba
a oscuras y en silencio con la única compañía de mis pensamientos y algún que
otro ladrido lejano. Recordaba como en menos de un año había cambiado tanto
nuestra vida. A mi mujer, Telesfora, le habían diagnosticado una tuberculosis acompañada
de una fibromialgia que la tenía postrada e incapacitada todo el día en la casa.
Gracias a su madre, Dña. Eulogia, que
vivía con nosotros, podía atender los quehaceres domésticos y a los tres hijos
que teníamos, el mayor con nueve años y los otros de cinco y tres.
Durante el camino de vuelta
recordaba que, otro día más, la búsqueda incesante de trabajo había sido inútil.
Hacía más de un año que estaba en paro y el país se iba a la mierda. Todos los
días despedían a miles de personas del trabajo y la pobreza iba en aumento. Las
perspectivas según los políticos y la de sus amos eran muy pesimistas, no había
un espacio para la esperanza y la dichosa crisis, que nos estrangulaba, se
preveía que iba a durar varios años. El futuro era un cielo negro lleno de
nubarrones, por esto no podía comprender por qué la gente actuaba como si no
pasara nada. Me preguntaba por qué en el
centro de la ciudad ya estaban colocadas y levantadas las ofrendas al dios del
Consumo y las luces de navidad. Aún faltan dos meses para la “noche buena”, el
24 de diciembre y ¡Ya están ahí! ¿A qué juegan estos políticos? ¿A quién
pretenden engañar? ¿Por qué esta provocación? ¿Acaso para ocultar, a través de
las luces de colores, la inmensa miseria de los desahuciados del capital?
Yo era un economista, creo que
bueno y llevaba la contabilidad de dos grandes empresas hasta que hicieron un ERE
y fui despedido. Mí día a día, era vagabundear por la ciudad y buscar trabajo,
lo intenté en las comunidades de las viviendas para llevar la administración,
en todos los sitios me decían que habían expulsado al administrador por lo de
la crisis, ¿Usted me entiende? ¿De camarero?
Tampoco, porque decían que era demasiado viejo. Solo tengo 45 años pero mi
calvicie prematura y las canas que había heredado de mi madre me daban un
aspecto más mayor. ¿De albañil? ¿Dónde? Si desde hacía varios años no se
construía una casa nueva, ¡Imposible! ¡Qué gran paradoja! Tener un título
universitario era un hándicap para encontrar trabajo.
Pero, a pesar de los problemas, mi
mujer y yo éramos optimistas, nos queríamos y nuestros hijos eran nuestro motor
y una bendición divina. Mi mujer trabajó de enfermera antes de sus dolencias y
ahora no cobra ninguna ayuda porque era interina haciendo turnos nocturnos,
algunas veces la veo llorar porque la situación cada vez está peor y es muy
difícil de sobrellevar.
Juntos podíamos superar todas las
dificultades. Sin embargo, solo nos quedaban
cinco meses para cobrar una ayuda de 500 € al mes. Nos habían embargado y echado
de nuestra casa por impago de la hipoteca y nos vimos obligados a vivir en un
cuchitril de 40 metros cuadrados. La nueva casa era una semicueva y las
condiciones muy precarias. Por todas estas circunstancias, mi mujer Telesfora
tuvo una infección tuberculosa, aunque dijo el médico que se había contagiado
en el hospital.
Cuando llegué a nuestra casa, me la
encontré llorando con gran desconsuelo, junto a ella estaban los niños muy
asustados y nerviosos.
¡Por fin! Ya estás aquí ¿Por qué
has tardado tanto? Ya sabes, he estado buscando trabajo, pero ¿Qué te pasa? parece
que se ha muerto alguien. No, no se ha muerto nadie, por ahora, aunque todo llegará. ¿Qué ha pasado? Han
estado aquí los del Servicio Social, han venido a inspeccionar la casa porque
se han enterado que tengo una tuberculosis y ellos piensan que puedo contagiar
a los niños. Yo creo que nos van a quitar los hijos. ¡Anda ya! son figuraciones
tuyas. Intenté calmarla pero mi esfuerzo no logró tranquilizarla.
Al día siguiente volvieron los del
Ayuntamiento con una orden judicial junto a dos policías municipales. El miedo
se reflejó en la cara de mi mujer y de mis hijos. Entraron a empujones en mi
casa y se llevaron todo lo que teníamos, la casa enmudeció, Telesfora y yo, sin
fuerzas, nos desplomamos en el suelo y el sufrimiento nos impidió soltar una
sola lágrima. Nos quedamos abatidos, indefensos, impotentes y cargados de odio
hacía un mundo que nos había arrebatado todo, incluso la dignidad como seres humanos.
Al mes de haber sido ultrajados,
Telesfora, mi mujer, cayó muy enferma e ingresó en el hospital. En solo dos meses
murió y los médicos no comprendieron porque había muerto, algunas enfermeras
dijeron que no tenía ganas de vivir, que la vida sin sus hijos no tenía
sentido. La noche del 24 de diciembre exhaló su último aliento. ¡Maldita sea la
navidad y sus luces de fiesta! No comprenden que hay muchas familias que están sufriendo
ocultadas tras el papel de celofán de
los mantecados de las monjas de clausura. Escondidos, aislados, invisibles ante
el mundo exterior. Cuanto más aparece la normalidad hay más ostracismo y silencio.
Hoy estoy en este hospital, me
ingresaron la noche vieja por un delirium
tremens y desde hace más de tres meses no sé nada de mis hijos.
Apaguemos las luces que nos deslumbran
y ocultan lo que hay en la oscuridad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario