miércoles, 4 de diciembre de 2013

UN DÍA CUALQUIERA


El camino se abría entre arbustos y el suelo estaba cubierto de hojas secas y ramales que entorpecían mi paso, a veces quedaba atrapado a punto de caerme lo que me obligaba a ir pegando saltos hasta la extenuación. Aún faltaban seis kilómetros y ya había recorrido unos cinco. Todos los días caminaba más de veinte para ir a trabajar a las granjas que estaban en las afueras de “Pelotero”, mi pueblo. Nunca comprendí la toponimia de mi lugar de nacimiento, algunos decían que era porque donde yo vivía había muchos “pelotas”, y otro, menos conocido, porque el fundador fue Pedro de Otero y por la forma de su uso por la gente se transformó en Pelotero ¡Que poco tiene que ver una cosa con otra! Algunos ilustrados como De Gruyter resaltaban que esta etimología popular se debía a la falta de conciencia del origen del nombre. No sé por qué este Gruyter decía que no teníamos conciencia en mi pueblo, pero con ese nombre extranjero ¡Que iba a saber él!

 En definitiva, provengo de un pueblo que confunde un nombre propio con las “pelotas” o lo que es peor, porque no tiene conciencia de su procedencia. De todas formas éramos pocos, no más de mil habitantes y todos, salvo el cura que era foráneo, nuestro trabajo consistía en ser servidumbre de los demás. Teníamos que emigrar fuera de allí  para tener un trabajo. También nos acompañaba  la fama de ser muy supersticiosos, lo oculto nos angustiaba y las manías se nos inculcaban desde niños. Prácticamente no hablábamos con nadie y yo creo que no era por carácter y sí por desconfianza. Nos habían enseñado a protegernos de nuestros semejantes, incluso de nuestros propios familiares, incluidos padres y hermanos.

En los pueblos vecinos nos llamaban los “pelotas o los mantecas” porque éramos fríos, anfóteros como la grasa, sólida o líquida según hiciera calor o no, y sobre todo porque nos podían apalear que todo nos resbalaba como si fuéramos bolas de sebo. En mi pueblo nadie estaba en el paro laboral, decían que los mejores trabajadores estaban en el Pelotero, repito una vez más, mi pueblo. Podíamos trabajar hasta doce horas seguidas sin que nadie se quejara y tampoco reclamaban aumento de sueldo. Este era nuestro carácter, la suspicacia, el mosqueo permanente  que sentíamos hacia cualquier ser humano. Por no discutir no hablábamos y, sobre todo, para no hacer amistades que eran muy traicioneras. Incluso nos apodaban como “los peloteros mudos”.

 El único ilustrado que tenía estudios de mi familia, era yo. Había estudiado veterinaria y gozaba de una vida interior muy plena, incluso reflexionaba sobre mi clarividente inteligencia con la que Dios me había agraciado. Cada día y durante las largas caminatas que hacía a diario, reflexionaba hasta tal punto que a veces sentía la presencia de mi “doble ajeno a mí mismo y que, no obstante, era yo mismo”, aunque, otras veces, era ajeno a mí mismo y que lo observaba a partir de mi doble. Por esta razón reconocía en mi interior un abismo insondable que, siendo propio, era el de todos y de cada uno de los paisanos de mi pueblo ¡Esta es nuestra Excelencia!

 Confieso que soy un gran observador, también  muy crítico, pero sobre todo soy esencialmente reflexivo. Aunque me gusta escuchar la música como a Shostakovich, especialmente sus cuartetos de cuerda. Todo mi mundo se ordenaba y me daba fuerzas para comenzar un nuevo día. Pues bien, ustedes comprenderán que con esta altitud de miras reflexivas que tengo, compaginarlas con mis pensamientos y con el meteorismo de un burro que tenía que visitar, me planteaba unos problemas psicológicos que, a veces, eran insoportables para cualquier ser humano. Es verdad que yo soy médico de animales, pero también lo soy de otros animales, los “racionales” porque, en definitiva todos somos “animales”. Estoy capacitado para atender tanto a un burro como a un alcalde que, aunque no me crean, están más cerca en cuanto a sentimientos, de lo que nosotros pensamos.

 Cuando llegué a la granja de Feliciano, este salió corriendo de su casa y me dijo que Catalino, su burro, estaba muy enfermo, no quiere comer y está muy inquieto, no hace más que dar coces, está dislocado, no me reconoce, creo que está enfadado conmigo. Pero hombre como se va  a enfadar un burro, vamos a verlo y saldremos de dudas.

 ¡Coño Feliciano! Yo diría que está  a punto de parir. ¿Qué? Eso es imposible, como ves es un burro. Bueno, bueno, en una ocasión te dije que sus órganos reproductores eran raros, como si fuera hermafrodita. Y ¿Eso qué es? Pues que probablemente tenga una matriz y esté de parto. Pero si tiene una verga que... bueno, no es grande pero... No te equivoques, lo que verías sería el clítoris que en estos animales está muy desarrollado. En ese momento Catalino o Catalina se puso a bramar como si lo estuvieran desollando. Mira, mira, ya aparece el retoño por aquí. A los pocos minutos el animal parió, en este caso, sí, era un burrito. Feliciano me preguntó que me debía ¡Anda hombre, pues nada! con el mal rato que has pasado, ya me invitas a una cerveza cuando nos veamos el próximo día.

 Volví al pueblo después de cinco visitas más y cuando llegué a mi casa me esperaba en mi portal el alcalde de “Pelotero”. Mira he venido a hablar contigo porque como tú eres el más estudiado del pueblo, me gustaría oír tu opinión sobre una idea que se me ha ocurrido. Ya sabes el cachondeo que tiene la gente con el nombre del pueblecito, he pensado que para acabar con tanta infamia podríamos cambiarle el nombre en el próximo pleno, sabes que te tengo mucho aprecio y que me gustaría contar con tu apoyo, ya que como concejal de Turismo y Medio Ambiente la gente te respeta mucho. Bien y ¿Que nombre se te ha ocurrido? Pues, aún no lo sé, pero ¿Qué te parece un letrero a la entrada del pueblo que diga “De Otero”? Me he informado y quiere decir que el pueblo está solo en lo alto de una colina donde se ve toda nuestra vega, es fácil de decir y no causará más problemas, por ejemplo, los habitantes del pueblo seríamos los Oterenses ¿Qué te parece? Bien ¿Verdad?  Pero, vamos a ver Mariano ¿Cómo se te ha ocurrido ese nombre? Pues, verás, este es mi segundo apellido, en el pueblo me conocen como Marianico Bragueta, nunca dije lo “De Otero” por las risas y por si me perjudicaba en las elecciones, alguien podría pensar que soy extranjero ¡Fíjate! Toda la vida aquí desde mis bisabuelos. Pues sí Mariano, va a ser verdad que el fundador de este pueblo fue tu tatarabuelo D. Pedro De Otero. Me parece una buena elección, apoyaré el cambio de nombre a nuestro pueblo.

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