El camino se abría entre arbustos y el suelo estaba cubierto de hojas secas
y ramales que entorpecían mi paso, a veces quedaba atrapado a punto de caerme
lo que me obligaba a ir pegando saltos hasta la extenuación. Aún faltaban seis
kilómetros y ya había recorrido unos cinco. Todos los días caminaba más de
veinte para ir a trabajar a las granjas que estaban en las afueras de “Pelotero”,
mi pueblo. Nunca comprendí la toponimia de mi lugar de nacimiento, algunos
decían que era porque donde yo vivía había muchos “pelotas”, y otro, menos
conocido, porque el fundador fue Pedro de Otero y por la forma de su uso por la
gente se transformó en Pelotero ¡Que poco tiene que ver una cosa con otra! Algunos
ilustrados como De Gruyter resaltaban que esta etimología popular se debía a la
falta de conciencia del origen del nombre. No sé por qué este Gruyter decía que
no teníamos conciencia en mi pueblo, pero con ese nombre extranjero ¡Que iba a
saber él!
En definitiva, provengo de un pueblo que confunde un nombre propio con las “pelotas”
o lo que es peor, porque no tiene conciencia de su procedencia. De todas formas
éramos pocos, no más de mil habitantes y todos, salvo el cura que era foráneo,
nuestro trabajo consistía en ser servidumbre de los demás. Teníamos que emigrar
fuera de allí para tener un trabajo.
También nos acompañaba la fama de ser
muy supersticiosos, lo oculto nos angustiaba y las manías se nos inculcaban
desde niños. Prácticamente no hablábamos con nadie y yo creo que no era por
carácter y sí por desconfianza. Nos habían enseñado a protegernos de nuestros
semejantes, incluso de nuestros propios familiares, incluidos padres y hermanos.
En los pueblos vecinos nos llamaban los “pelotas o los mantecas” porque
éramos fríos, anfóteros como la grasa, sólida o líquida según hiciera calor o
no, y sobre todo porque nos podían apalear que todo nos resbalaba como si
fuéramos bolas de sebo. En mi pueblo nadie estaba en el paro laboral, decían
que los mejores trabajadores estaban en el Pelotero, repito una vez más, mi
pueblo. Podíamos trabajar hasta doce horas seguidas sin que nadie se quejara y
tampoco reclamaban aumento de sueldo. Este era nuestro carácter, la suspicacia,
el mosqueo permanente que sentíamos
hacia cualquier ser humano. Por no discutir no hablábamos y, sobre todo, para no
hacer amistades que eran muy traicioneras. Incluso nos apodaban como “los
peloteros mudos”.
El único ilustrado que tenía estudios de mi familia, era yo. Había
estudiado veterinaria y gozaba de una vida interior muy plena, incluso
reflexionaba sobre mi clarividente inteligencia con la que Dios me había
agraciado. Cada día y durante las largas caminatas que hacía a diario,
reflexionaba hasta tal punto que a veces sentía la presencia de mi “doble ajeno a mí mismo y que, no obstante,
era yo mismo”, aunque, otras veces, era ajeno a mí mismo y que lo observaba
a partir de mi doble. Por esta razón reconocía en mi interior un abismo
insondable que, siendo propio, era el de todos y de cada uno de los paisanos de
mi pueblo ¡Esta es nuestra Excelencia!
Confieso que soy un gran observador, también muy crítico, pero sobre todo soy esencialmente
reflexivo. Aunque me gusta escuchar la música como a Shostakovich,
especialmente sus cuartetos de cuerda. Todo mi mundo se ordenaba y me daba
fuerzas para comenzar un nuevo día. Pues bien, ustedes comprenderán que con
esta altitud de miras reflexivas que tengo, compaginarlas con mis pensamientos
y con el meteorismo de un burro que tenía que visitar, me planteaba unos
problemas psicológicos que, a veces, eran insoportables para cualquier ser
humano. Es verdad que yo soy médico de animales, pero también lo soy de otros
animales, los “racionales” porque, en definitiva todos somos “animales”. Estoy capacitado
para atender tanto a un burro como a un alcalde que, aunque no me crean, están
más cerca en cuanto a sentimientos, de lo que nosotros pensamos.
Cuando llegué a la granja de Feliciano, este salió corriendo de su casa y
me dijo que Catalino, su burro, estaba muy enfermo, no quiere comer y está muy
inquieto, no hace más que dar coces, está dislocado, no me reconoce, creo que
está enfadado conmigo. Pero hombre como se va
a enfadar un burro, vamos a verlo y saldremos de dudas.
¡Coño Feliciano! Yo diría que está a
punto de parir. ¿Qué? Eso es imposible, como ves es un burro. Bueno, bueno, en
una ocasión te dije que sus órganos reproductores eran raros, como si fuera
hermafrodita. Y ¿Eso qué es? Pues que probablemente tenga una matriz y esté de
parto. Pero si tiene una verga que... bueno, no es grande pero... No te
equivoques, lo que verías sería el clítoris que en estos animales está muy
desarrollado. En ese momento Catalino o Catalina se puso a bramar como si lo
estuvieran desollando. Mira, mira, ya aparece el retoño por aquí. A los pocos
minutos el animal parió, en este caso, sí, era un burrito. Feliciano me
preguntó que me debía ¡Anda hombre, pues nada! con el mal rato que has pasado,
ya me invitas a una cerveza cuando nos veamos el próximo día.
Volví al pueblo después de cinco visitas más y cuando llegué a mi casa me
esperaba en mi portal el alcalde de “Pelotero”. Mira he venido a hablar contigo
porque como tú eres el más estudiado del pueblo, me gustaría oír tu opinión
sobre una idea que se me ha ocurrido. Ya sabes el cachondeo que tiene la gente
con el nombre del pueblecito, he pensado que para acabar con tanta infamia
podríamos cambiarle el nombre en el próximo pleno, sabes que te tengo mucho
aprecio y que me gustaría contar con tu apoyo, ya que como concejal de Turismo y
Medio Ambiente la gente te respeta mucho. Bien y ¿Que nombre se te ha ocurrido?
Pues, aún no lo sé, pero ¿Qué te parece un letrero a la entrada del pueblo que
diga “De Otero”? Me he informado y quiere decir que el pueblo está solo en lo
alto de una colina donde se ve toda nuestra vega, es fácil de decir y no
causará más problemas, por ejemplo, los habitantes del pueblo seríamos los
Oterenses ¿Qué te parece? Bien ¿Verdad? Pero, vamos a ver Mariano ¿Cómo se te ha
ocurrido ese nombre? Pues, verás, este es mi segundo apellido, en el pueblo me
conocen como Marianico Bragueta, nunca dije lo “De Otero” por las risas y por si
me perjudicaba en las elecciones, alguien podría pensar que soy extranjero
¡Fíjate! Toda la vida aquí desde mis bisabuelos. Pues sí Mariano, va a ser
verdad que el fundador de este pueblo fue tu tatarabuelo D. Pedro De Otero. Me
parece una buena elección, apoyaré el cambio de nombre a nuestro pueblo.
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