Con los años me estoy
convirtiendo en un “observador despistado” ¡quién lo diría! Durante mi vida
profesional la observación certera ha sido una de mis grandes virtudes en
compensación de otras menos agraciadas para mí. Esta situación me ayudó a
desarrollar un “sentido común” que me sirvió para salir, con cierto éxito, de
situaciones complicadas. El menos común de los sentidos hipertrofió mi cinismo
hasta cotas inimaginables y me colocó como uno de los mayores cínicos del mundo
y del conjunto mundial de los seres humanos. Sin embargo, transformó de tal
manera mi vida que fue una palanca de equilibrio que me hizo valorar, con
prudencia, esta oportunidad de colonizar una existencia compleja y demasiado
“cabrona”.
He desarrollado un “ojo
clínico” demasiado perspicaz que me hacía repetir, una y otra vez, la sentencia que a
tantos cabreaban el “ya te lo decía yo”. Sin embargo, al contrario de la gente
normal que va madurando con la edad mi capacidad de acierto en las previsiones
es cada vez menor y, en esta ocasión, espero no equivocarme.
Estamos viviendo unos
años “históricos” únicos. Por esta razón, hay que estar muy despiertos para no
perdernos ningún detalle. Pero, ¿Qué está pasando en este mundo global? Pues
que la avaricia de unos pocos puede provocar que, este mundo que conocemos, se
pueda ir por la alcantarilla. Existe un riesgo real de una gran implosión
detonada por las cargas explosivas de un modelo capitalista enfermo.
La crisis, que es
global, nos recuerda otros tiempos donde la esclavitud era habitual, aunque
siendo optimistas si actuamos todos juntos “podemos” modificar su rumbo. Habría
que traer una nueva revolución y un re-nacimiento de cambio radical. Es
necesario cambiar los valores y la ética donde prevalezca el ser humano por
encima de los intereses económicos.
Hay que despeñar al
“monstruo de las galletas” que solo piensa en comer todo lo que encuentra a su
paso, pero los demás también tenemos la necesidad de alimentarnos. Pero hay que
evitar que esta situación se quede como estaba, porque seguro que nos dejará incluso
más abajo donde los derechos de los ciudadanos quedarían arrojados en el olvido.
Hay que eliminar nuestra cara de “bobos beatíficos” en espera de la providencia.
No queremos que esta radiografía pase a la posteridad ¡Sí se puede!
El problema fundamental
es la avaricia y el desprecio de unos pocos que están poniendo en jaque el
modelo que ha producido cierta calma social, aunque solo fuera en apariencia.
Durante las últimas décadas hemos vivido de las migajas y lo poco que se caía
entre los dedos de unas manos enormes, huesudas, rebosantes de riqueza y que
dejaban resbalar una pequeña cantidad del peculio entre sus ranuras. Esto nos complacía
y esta realidad espuria nos hacía pensar que todos éramos iguales. Pero ¿Cuál
es la situación actualmente? Por el parecido recuerda a los bacanales de las
fiestas romanas que después de saciarse los comensales y de vomitar
repetidamente todo lo que engullían como un Bárcenas, completaban el festín
tomando drogas alucinógenas como la amanita muscaria. Cada tribuno tenía a su
lado su propio esclavo que esperaba a que su patrón tuviera ganas de mear y
recibir así, en la boca del esclavo, los restos de alucinógenos eliminados por
la orina, lo que complacía con gran satisfacción al pobre sirviente.
Por tanto, los esclavos
también se “drogaban” con los hongos psilocibios,
de esta forma existía la ficción de que estaban
compartiendo experiencias al mismo nivel que su amo. Pero esto ¡Se acabó! Esta
caridad estaba llegando muy lejos. La creencia de que “todos éramos iguales”
irritó profundamente a los “señoritos” y tomaron la determinación de que ¡Nada
les pertenecía a la plebe! Todo era de ellos, incluidas nuestras vidas y por
supuesto su propia orina que preferían tirarla a un “pozo negro” antes que se
la bebieran sus vasallos.
La
historia se repite y el “tribuno” de nuestros días nos está diciendo
permanentemente que ¡Se acabó la fiesta! Que volvamos a nuestro sino y a nuestro
destino que es ser un “siervo de la gleba”. Sin embargo, cansados de tantos y
tantos años, no queremos la esclavitud, la sumisión y el trabajo
esclavo. La trampa y el engaño es hacernos ver que
las “cosas son como son” porque no pueden ser de otra manera y que todo sigue
igual.
En un
estudio reciente del BBVA la gente estaría dispuesta a cualquier cosa por un empleo. El hambre de trabajo de los parados españoles
se confirma cuándo analizamos los sacrificios
que estos estarían dispuestos a hacer para conseguir un puesto de
trabajo. Los más significativos son los siguientes:
- El 77 % aceptaría un trabajo aunque fuese con un contrato de
corta duración.
- El 76 % aceptaría un trabajo que no esté relacionado con su
formación.
- El 74 % estaría dispuesto a formarse en otro oficio o
profesión.
- El 69 % se adaptaría a cualquier horario que le ofrecieran.
- El 63 % rebajaría sus expectativas con respecto al salario.
- El 56 % estaría dispuesto a cambiar de pueblo o ciudad.
Pues sí, parece que estamos ante la nueva
esclavitud del siglo XXI. Los seres humanos al servicio del Capital.
Generaciones enteras de jóvenes despeñadas por el barranco del olvido, pero
¡Ojo! En las sociedades modernas y complejas hay poca estabilidad y todo puede
cambiar.
Me dirijo
a todos vosotros, a los mezquinos, los usureros ¡Tened cuidado de no tropezar con
los cables! Los hay Redondos y cerrados.
Espirales y abiertos. De acero y carbono. Muy resistentes. Puede ocurrir que en
una Sociedad Líquida como la nuestra, no haya nada permanente y estos cables pueden
modificar y cambiar las estructuras.
El
problema es que las escasas estructuras sólidas que quedan ya están en
descomposición. Si no cambiamos de rumbo, este planeta explosionará hacía
dentro y todos nosotros caeremos directamente por el desagüe.
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