Una
mañana gris de primavera salí de mi casa, me
disponía a comprar la prensa. Al sumergirme en
la calle tuve la impresión de dar un salto en el tiempo, pero hacia el vacío. Parecía
que habían pasado muchos años con sus días y sus noches. Noches donde las tinieblas te envuelven y te enredan hasta que
despiertan los demonios escondidos en el tiempo detenido, congelado. La ciudad parecía
de cartón piedra, antigua, sin luz, sin color. El ritmo de la gente era muy lento,
cansado. Los pasos
marcaban el silencio. Había caras, muchas caras, paralizadas y sin expresión, ausentes
y sin voz. Los labios articulaban palabras sin frases que nadie comprendía. El
silencio, ensordecedor, se enredaba entre muchas personas extrañas.
El
cielo estaba ocupado por un gran manto negro de nubes. Los ojos que los miraban,
junto a miles de ojos, no brillaban en la oscuridad, desprendían una luz
apagada, triste y melancólica. La vida, una resignación sin esperanza.
¿Cómo
hemos llegado a este punto? ¿Cómo el miedo ha agotado la energía? El sueño y la
ausencia no permiten reconocer la conciencia.
¿Es
más cómoda la ausencia?
Después
de tanto tiempo de ausencia ¿la inclinación “natural” es el abandono? El
problema es que no conocemos otras luces. Pero, si no hay más ¡Más vale no
haber venido! Porque es un desperdicio de esfuerzo y de energía.

Sin embargo, hay que luchar contra uno de los
grandes enemigos atemporales que nos introducen desde que venimos a este mundo,
me refiero al MIEDO y a todos sus
traficantes. Miedo a la crisis, al terrorismo, a la crisis social, miedo al
miedo político de la libertad, miedo a perder el trabajo, miedo a que
desahucien tu vivienda y tengas que vivir con tus hijos en la intemperie, miedo
a comer y respirar aire contaminado, miedo al castigo divino por transgredir el
sexto mandamiento y así hasta nueve más, miedo al moderno Frankenstein de las
redes sociales.
Los
traficantes del miedo lo han utilizado a lo largo de toda la historia de la humanidad. Una sociedad aterrorizada es
más vulnerable a los intereses de los poderes fácticos que utilizaban el
control como mecanismo para subyugar y esclavizar a la población. El uso del
miedo es una forma de dominación y es tan viejo como la humanidad. Esta
práctica ha sido utilizada por gobernantes y por las religiones que eran
verdaderos expertos para someter a los creyentes e inculcarles el miedo al
fuego eterno del infierno. Con el paso del tiempo estas técnicas han ido
perfeccionándose de una manera cruel y silente, incluso la propia medicina
moderna ha intentado, con cierto éxito, la moralización y medicalización de la
sociedad, siempre había una palabra adecuada o te sometías a las prescripciones
médicas o argumentaban el “victim
blaming”, otro gran éxito del proceso de socialización, la “culpa”.
Alejemos
de nosotros las “tinieblas” y los “demonios” que llevan dentro.
La
mentira más espeluznante en el momento actual, a pesar del tiempo transcurrido,
es la utilización del MIEDO con FINES POLÍTICOS. Nos hablan del miedo
como un elemento indispensable para vivir en paz, para defender nuestra
libertad, pretenden cambiarlo por la seguridad, la libertad, por nuestros
derechos sociales, todo esto es “pan para hoy y miedo para siempre”.
Aquellos
políticos que utilicen el miedo para alcanzar sus objetivos particulares
-indignos por inmanencia- deberían ser enclaustrados en una torre con almenas
en un castillo medieval hasta que hagan constricción de conciencia y
arrepentimiento en una plaza pública.
Decía
Norbert Elias que “existe la rentable ficción de que somos libres para tomar
nuestras propias decisiones”. Derribemos este muro con una pizca de cinismo y
con mucha reflexión crítica para que, de forma definitiva, se despeje el día.
Desde el recuerdo de mi cloaca, leyendo entre líneas me pregunto cuántos demonios habrá en las tinieblas y cuanto de tarde he llegado para averiguarlo. Siempre en mi corazón.. y ahora más una vez descubiertas tus palabras que yo jamás podré verbalizar, tus cuentos, historias, tu dolor, tu felicidad?
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