sábado, 27 de julio de 2013

LA “AMUSIA” O LA INCAPACIDAD PARA SENTIR LA MÚSICA


A lo largo del tiempo  la música se ha utilizado tanto para sanar como para liberar o introducir “demonios” dentro del cuerpo. Los rituales mágicos y religiosos de las tribus más ancestrales servían para canalizar la “divinidad” o “el más allá” en la cultura de los pueblos. El chamán era una especie de dios con un poder omnímodo sobre los demás, utilizado como un mecanismo de control sobre todo el clan. En los papiros egipcios ya se describía la influencia que tenía la música sobre los demás.

Los pitagóricos relacionaban la enfermedad mental con un desorden del alma y la música tenía el poder de restablecer la salud humana. Para Platón la música tenía un origen divino y procuraba el beneficio de calmar a las personas, sin embargo, fue Aristóteles el que desarrolló a través de la teoría del Ethos, que la música podía provocar diferentes estados de ánimo. El gran hallazgo fue que la música podía configurar el carácter de la gente.

Por lo tanto, a través de la música y de sus elementos como el sonido, el ritmo, la melodía o la armonía, podrían facilitar y promover la comunicación, así como las relaciones, el aprendizaje, el movimiento, la expresión, la organización y otros objetivos. La música puede satisfacer tanto las necesidades físicas, como las emocionales, mentales, sociales y cognitivas. El valor de la música puede ser inmenso y utilizarse como un instrumento para producir cambios. Sin embargo, como en los viejos viajes del LSD, podían explorar aventuras asombrosas y estupendas o, por el contrario, transformarse en una travesía hacia el infierno dependiendo de la predisposición del viajero. Si su vida era un infierno allá que iba “de cabeza”.

La potencialidad actual de la música se refleja en la obra de Oliver Sacks, Musicofilia, que analiza un relato sobre la música y el cerebro donde a través de fenómenos como la «amusia» –o incapacidad para sentir la música–, el híper-musical síndrome de Williams –un extraño fenómeno de extrema sociabilidad–, las alucinaciones musicales, las melodías pegadizas susceptibles de convertirse en bucles sonoros, los perjuicios de nuestra fijación con el iPod o la música como inspiradora de auténtico terror, elabora un lúcido análisis de la identidad humana y de cómo la música, en un mundo en el que no hay manera de escapar de ella, es un factor clave para crear esa identidad, ya sea de una manera patógena o como un agente enormemente positivo a la hora de tratar el Parkinson, la demencia, el síndrome de Tourette, la encefalitis o los ataques de lóbulo temporal. Por tanto, los avances de la medicina “científica” occidental han establecido una relación empírica entre la música y la salud mental. Esta obra de Oliver es un buen entretenimiento para este verano.

Es cierto, hay muchas personas incapaces de sentir la música -Amusia- pero yo cada vez estoy más convencido que estas almas “cándidas”, incapaces de emocionarse y de interpretar esta “sensiblería” como algo vergonzante, no están preparadas para tener un sentimiento de ternura y de afecto hacia el mundo que le rodea, ni siquiera con los seres humanos que configuran sus propias redes sociales. 

Incluso, las consecuencias de la amusia pueden ser graves, porque pueden provocar una “diplopía mental” con ataques complejos de una forma de epilepsia musicogénica. Sin embargo, en otros puede provocar una Musicofilia repentina con una asombrosa aparición o liberación de talento y pasión musical. ¿En qué grupo te encuentras tú? Es evidente que no todas las personas tienen las mismas actitudes ante la música, ya que esta actúa y se comporta como un enzima neurológico que modula reacciones químicas cerebrales. Esta situación tiene un fondo atribuible a factores endógenos, que son los menos, pero que tiene un peligro que hay que conocer para prevenirlo.

En algunos casos la “amusia” incapacita a la persona para sentir, no solo la música, sino también cualquier otro sentimiento relacionado con la empatía. Estas personas que empiezan repudiando la música acaban rechazando a los músicos y por extensión a aquellos que son diferentes a ellos. Aprovechemos este verano para hacer “ejercicios espirituales de solidaridad musical” que, en definitiva, nos ayudarán a ser más felices. Hay que empezar por no odiar las canciones napolitanas, ni el jazz, el blues, el soul, el rock o incluso la música clásica. Disfrutemos oyendo música y, especialmente, acudiendo a los conciertos de verano. Lancemos un grito positivo para evitar esta terrible enfermedad social que es la Amusia ¡Más música y más cachondeo! Y si lo acompañamos con melodías de Donny Hathsway, de Gregory Porter, Melody Gardot o, incluso, los Rolling Stones, mejor que mejor.

No hay comentarios:

Publicar un comentario