Vivimos una crisis “económica” que no
tiene precedentes en la historia reciente de la humanidad; habría que
remontarse a principios del siglo XX para comprender la dimensión del problema.
Sin embargo, en el momento actual, en el segundo y tercer lustro del siglo XXI,
los problemas, son mucho más profundos que la recesión económica. Estamos
viviendo el fin de una era, de una cultura, que conlleva, al parecer, un cambio
en los valores sociales con una depleción de principios éticos que nos han
servido hasta ahora como guía para alcanzar una sociedad más justa e
igualitaria. Hoy día, se trata de conceptos trasnochados y anticuados.
La cultura del “capital” ha
sustituido a lo “inmaterial”, este es un concepto intangible, no se puede medir
y no tiene ningún valor económico. Sin embargo, en la sociedad postmoderna la
valoración del conocimiento y del saber se está asociando a una “cuenta de
resultados”. Todo debe ser objeto de
mercancía, se le da un valor económico a la enfermedad, a la muerte, a la
pobreza y, como no, a la propia vida. Desde el momento de nacer se nos tasa
como un producto económico y dependerá del lugar de nacimiento, de las
condiciones sociales, de la riqueza material del entorno, etcétera.
Con el paso de los años se ha ido
devaluando la vida humana, como sucede con los enfermos, utilizando palabras
muy significativas de desprecio a un “producto” que ha dejado su valor
lucrativo, como por ejemplo: Este es un enfermo “desahuciado” o un enfermo
“terminal”. O bien, el caso desgraciado de los ancianos/as que al dejar de ser
objeto de consumo, desaparecen socialmente produciéndose la muerte social antes
que la biológica.
La enfermedad, la muerte e, incluso,
la pobreza nos interesan desde la perspectiva del producto, este ha de ser
rentable. “La salud no tiene precio”,
pero la enfermedad sí que lo tiene y a un precio muy alto. La muerte, es
también una industria muy rentable y con una proyección en el tiempo
prácticamente indefinida, hasta, probablemente, el fin de los días y si alguien
no me cree que consulte los beneficios de Funermostra, una muestra comercial
que se celebra todos los años alrededor de la muerte.
Es cierto que la economía ha sido y
sigue siendo el motor de la vida política. Desde tiempos muy remotos el poder
ha estado siempre concentrado en las mismas manos, sin embargo, han existido
ciertos espacios libres de la transacción comercial. La realidad de lo material
ha estado por encima de lo espiritual, incluso en una congregación religiosa,
fuera del signo que fuera.
Con el paso del tiempo y tras largas
y duras experiencias del ser humano durante el siglo XX parecía que había un
cambio de tendencia. Paradójicamente el hombre se humanizaba y a mediados de
siglo aparece la declaración universal de los derechos humanos, todo indicaba
que, tras largas penurias, renacía la humanización y los valores que eran
realmente importantes para nuestra vida. Pero otra realidad ha ido imponiéndose
dramáticamente y se olvidaron las decenas de millones de muertes producidas en
las dos guerras mundiales y en la multitud de conflictos bélicos locales,
especialmente en el continente más pobre del mundo, el africano, así como los
innumerables sufrimientos padecidos.
La solidaridad con nuestro vecino se
disuelve como una gota de agua en el mar y, de nuevo, renacen las competencias
y la indolencia hacia el más débil que, según la mayoría social, no hace más
que recoger lo que se “merecen” por su insolvencia.
La distribución de la justicia ha
sido muy caprichosa, siempre se dejaba caer hacia el mismo lado, era algo
natural, divino y para ello nos ayudaban los gendarmes de la virtud que, a
través de las creencias religiosas, nos situaban, como corderos abnegados, en
la senda correcta. Dios nos lo premiaría, nos acogería en su seno y toda una serie
de maravillosas promesas para “el más allá”. Pero, no caíamos en la cuenta del
“más acá” y, cuando dejamos de ser niños comprendimos la verdadera intención
del cuento. Nos hicimos adultos y pecadores, todo cambió y fuimos responsables
de nuestra propia culpa, culpa que aún nos sigue atormentando, ¡Objetivo
alcanzado!
Las grandes revoluciones, a través de
la historia, han sido muy dramáticas y muy sangrientas, todos las temían, era
un freno para toda la población, pero cuando desaparece el miedo se despierta
el rencor, el odio y el desprecio.
El “castigo divino” se cierne sobre
las cabezas de los incautos, que a la postre se expande como una epidemia.
¿Cuántas crisis y conflictos han sido
inducidos y provocados a lo largo del tiempo? ¿Quién tiene la capacidad de
control? ¿Qué oscuras intenciones están detrás? Y de todas ellas ¿Cuántas han
sido descubiertas y yuguladas? Preguntas con difícil respuesta.
¿Y qué sucede cuando no percibimos el
conflicto y la crisis?, en este caso no tendríamos que hacer, ni siquiera, el
esfuerzo para negarlo, simplemente ¡no existe! Aunque estemos dentro del
huracán no sentiremos ni padeceremos los efectos, pensaríamos que son unas
turbulencias del mal tiempo, ya que sencillamente estamos ausentes. Esta
epidemia silente cubre el objetivo, pero cuando nos demos cuenta será demasiado
tarde.
¿Quién organiza y planifica el
futuro? ¿Quién controla? ¿Qué tipo de anestésico utiliza? Debe de ser muy
potente ya que afecta a, prácticamente, toda la población y, además, no sabe de
ideologías, ya que para el “gran hacedor” todas ellas están obsoletas,
simplemente anticuadas y enclavadas en una época que no se corresponde con la
“postmodernidad”. Es cierto, van de postmodernos, envainados en la casulla del
conocimiento del bien y del mal, instalados en un futuro que aún no existe,
solo unos pocos privilegiados lo conocen, los demás debemos estar contentos,
“jodidos” pero gozosos de no estar más agobiados aún. La felicidad se vende muy
cara y solo se nos permite “observarla” en una urna de cristal.
¡Podríamos estar peor! Así que, ¡No
se quejen!
Cuando nos convencen de que ellos
tienen la llave para cerrar o abrir el grifo, acojonan. Aún no estamos en
recesión, pero ¡ojo! por poco tiempo. ¡Hoy no! Pero ¿Y mañana? Un mañana que
pueden dilatarlo todo lo que quieran, el futuro no es nuestro, pero sí de
ellos.
Y usted ¿Qué quiere? ¿Viene a
negociar? ¿Sobre qué? ¡No olvide que es un alquilado! Y si ellos quieren lo
pueden echar de su casa. Por tanto, siga disfrutando de su cómodo sillón de escay,
de su TV de plasma, su futbol y de su cerveza. No olvide que todo lo que tiene
no es suyo y que gracias a ellos disfruta de su felicidad, pero, ¡Nunca olvide!
la tienen en usufructo.
Volvamos a la realidad “real”,
vivimos en un reino de sombras, nuestros dioses y demonios están ocultos tras
el mundo de lo visible. Aunque las amenazas están fuera, también las tenemos
dentro de nosotros mismos. Estos miedos junto a los peligros nos acompañan
desde el origen del hombre, son inmanentes a la vida humana y el miedo se
transforma en un sistema de control
social y, en definitiva, del orden
social.
Desde la edad media, todo lo que era
desconocido infundía un “sagrado” temor a Dios. Cuanto más oculto, secreto e
invisible, el miedo aumentaba y permanecía en el tiempo. Hoy día, tenemos otros
dioses que están tan ocultos como los primeros y creemos que la realidad está
bajo nuestro control, pero sin embargo, somos nosotros quienes estamos en su
poder. Decía Norbert Elias que existía la
rentable ficción de que somos dueños y libres de nosotros mismos, creencia
muy aprovechable puesto que nos tranquiliza y relaja, así nos pueden coger
distraídos en cualquier momento. La consecuencia de esa invisibilidad junto a
una percepción controlada, genera una pérdida
de “pensamiento social” ¡Objetivo conseguido!
Por tanto, el “miedo es el mensaje”. El miedo y su control son un concepto
cultural y político, objetivo central de nuestra cultura postmoderna, a través
de él, del miedo, consciente o no, se establece un sistema silente para organizar,
controlar y regular a los individuos, grupos e instituciones. Para Pierre
Bourdieu todos los mensajes que nos llegan a través de los medios audio
visuales, no son inofensivos, todo lo contrario, ejercen una violencia
simbólica con un grado de perversidad muy elevado, especialmente porque no son
percibidos como tales. Además, resalta que el control social es persuasivo,
canalizado a través de los medios de comunicación, confundiendo ficción con
realidad. Este poder hipnótico, tiene la capacidad social de producir una
anestesia, muy rentable para ciertos sectores.
En la era de la globalización,
cualquier amenaza local afecta a toda la sociedad, U. Beck la define como la
“sociedad de riesgo global”, por lo que cada vez existen más factores que la
adulteran, sirva de ejemplo la crisis económico financiera que vivimos desde
finales de 2008 y que tiene unas
consecuencias globales que escapan a nuestra percepción. Esta economía global y
única funciona al socaire del poder económico, cuyas reformas neoliberales
afectan a todo el mundo. La adaptación de los “mercados” financieros a la
globalización han producido, como si fuera por generación espontánea, la
creación de nuevos consorcios que, sin legitimidad democrática alguna, están
tomando medidas que deberían corresponder a la “política” y no a los “mercados”.
Este poder, apoyado por las nuevas tecnologías de la información, está
invirtiendo los ámbitos de la autoridad que emana del pueblo. El enorme avance
y desarrollo de las redes de información están sirviendo, paradójicamente, y
provocando un enorme retroceso en la sociedad democrática. Los poderes
acumulados por el capital son desmedidos y de seguir así, pronto estaremos
viviendo en una “nueva esclavitud”,
tal y como la define Mayor Zaragoza, ocasionada por una expropiación y
abdicación de la soberanía personal.
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