domingo, 20 de octubre de 2013

EL MIEDO ES EL MENSAJE (I)


Vivimos una crisis “económica” que no tiene precedentes en la historia reciente de la humanidad; habría que remontarse a principios del siglo XX para comprender la dimensión del problema. Sin embargo, en el momento actual, en el segundo y tercer lustro del siglo XXI, los problemas, son mucho más profundos que la recesión económica. Estamos viviendo el fin de una era, de una cultura, que conlleva, al parecer, un cambio en los valores sociales con una depleción de principios éticos que nos han servido hasta ahora como guía para alcanzar una sociedad más justa e igualitaria. Hoy día, se trata de conceptos trasnochados y anticuados.

La cultura del “capital” ha sustituido a lo “inmaterial”, este es un concepto intangible, no se puede medir y no tiene ningún valor económico. Sin embargo, en la sociedad postmoderna la valoración del conocimiento y del saber se está asociando a una “cuenta de resultados”.  Todo debe ser objeto de mercancía, se le da un valor económico a la enfermedad, a la muerte, a la pobreza y, como no, a la propia vida. Desde el momento de nacer se nos tasa como un producto económico y dependerá del lugar de nacimiento, de las condiciones sociales, de la riqueza material del entorno, etcétera.

Con el paso de los años se ha ido devaluando la vida humana, como sucede con los enfermos, utilizando palabras muy significativas de desprecio a un “producto” que ha dejado su valor lucrativo, como por ejemplo: Este es un enfermo “desahuciado” o un enfermo “terminal”. O bien, el caso desgraciado de los ancianos/as que al dejar de ser objeto de consumo, desaparecen socialmente produciéndose la muerte social antes que la biológica.

La enfermedad, la muerte e, incluso, la pobreza nos interesan desde la perspectiva del producto, este ha de ser rentable. “La salud no tiene precio”, pero la enfermedad sí que lo tiene y a un precio muy alto. La muerte, es también una industria muy rentable y con una proyección en el tiempo prácticamente indefinida, hasta, probablemente, el fin de los días y si alguien no me cree que consulte los beneficios de Funermostra, una muestra comercial que se celebra todos los años alrededor de la muerte.

Es cierto que la economía ha sido y sigue siendo el motor de la vida política. Desde tiempos muy remotos el poder ha estado siempre concentrado en las mismas manos, sin embargo, han existido ciertos espacios libres de la transacción comercial. La realidad de lo material ha estado por encima de lo espiritual, incluso en una congregación religiosa, fuera del signo que fuera.

Con el paso del tiempo y tras largas y duras experiencias del ser humano durante el siglo XX parecía que había un cambio de tendencia. Paradójicamente el hombre se humanizaba y a mediados de siglo aparece la declaración universal de los derechos humanos, todo indicaba que, tras largas penurias, renacía la humanización y los valores que eran realmente importantes para nuestra vida. Pero otra realidad ha ido imponiéndose dramáticamente y se olvidaron las decenas de millones de muertes producidas en las dos guerras mundiales y en la multitud de conflictos bélicos locales, especialmente en el continente más pobre del mundo, el africano, así como los innumerables sufrimientos padecidos.

La solidaridad con nuestro vecino se disuelve como una gota de agua en el mar y, de nuevo, renacen las competencias y la indolencia hacia el más débil que, según la mayoría social, no hace más que recoger lo que se “merecen” por su insolvencia.

La distribución de la justicia ha sido muy caprichosa, siempre se dejaba caer hacia el mismo lado, era algo natural, divino y para ello nos ayudaban los gendarmes de la virtud que, a través de las creencias religiosas, nos situaban, como corderos abnegados, en la senda correcta. Dios nos lo premiaría, nos acogería en su seno y toda una serie de maravillosas promesas para “el más allá”. Pero, no caíamos en la cuenta del “más acá” y, cuando dejamos de ser niños comprendimos la verdadera intención del cuento. Nos hicimos adultos y pecadores, todo cambió y fuimos responsables de nuestra propia culpa, culpa que aún nos sigue atormentando, ¡Objetivo alcanzado!

Las grandes revoluciones, a través de la historia, han sido muy dramáticas y muy sangrientas, todos las temían, era un freno para toda la población, pero cuando desaparece el miedo se despierta el rencor, el odio y el desprecio.

El “castigo divino” se cierne sobre las cabezas de los incautos, que a la postre se expande como una epidemia.

¿Cuántas crisis y conflictos han sido inducidos y provocados a lo largo del tiempo? ¿Quién tiene la capacidad de control? ¿Qué oscuras intenciones están detrás? Y de todas ellas ¿Cuántas han sido descubiertas y yuguladas? Preguntas con difícil respuesta.

¿Y qué sucede cuando no percibimos el conflicto y la crisis?, en este caso no tendríamos que hacer, ni siquiera, el esfuerzo para negarlo, simplemente ¡no existe! Aunque estemos dentro del huracán no sentiremos ni padeceremos los efectos, pensaríamos que son unas turbulencias del mal tiempo, ya que sencillamente estamos ausentes. Esta epidemia silente cubre el objetivo, pero cuando nos demos cuenta será demasiado tarde.

¿Quién organiza y planifica el futuro? ¿Quién controla? ¿Qué tipo de anestésico utiliza? Debe de ser muy potente ya que afecta a, prácticamente, toda la población y, además, no sabe de ideologías, ya que para el “gran hacedor” todas ellas están obsoletas, simplemente anticuadas y enclavadas en una época que no se corresponde con la “postmodernidad”. Es cierto, van de postmodernos, envainados en la casulla del conocimiento del bien y del mal, instalados en un futuro que aún no existe, solo unos pocos privilegiados lo conocen, los demás debemos estar contentos, “jodidos” pero gozosos de no estar más agobiados aún. La felicidad se vende muy cara y solo se nos permite “observarla” en una urna de cristal.

¡Podríamos estar peor! Así que, ¡No se quejen!

Cuando nos convencen de que ellos tienen la llave para cerrar o abrir el grifo, acojonan. Aún no estamos en recesión, pero ¡ojo! por poco tiempo. ¡Hoy no! Pero ¿Y mañana? Un mañana que pueden dilatarlo todo lo que quieran, el futuro no es nuestro, pero sí de ellos.

Y usted ¿Qué quiere? ¿Viene a negociar? ¿Sobre qué? ¡No olvide que es un alquilado! Y si ellos quieren lo pueden echar de su casa. Por tanto, siga disfrutando de su cómodo sillón de escay, de su TV de plasma, su futbol y de su cerveza. No olvide que todo lo que tiene no es suyo y que gracias a ellos disfruta de su felicidad, pero, ¡Nunca olvide! la tienen en usufructo. 

Volvamos a la realidad “real”, vivimos en un reino de sombras, nuestros dioses y demonios están ocultos tras el mundo de lo visible. Aunque las amenazas están fuera, también las tenemos dentro de nosotros mismos. Estos miedos junto a los peligros nos acompañan desde el origen del hombre, son inmanentes a la vida humana y el miedo se transforma en un sistema de control social y, en definitiva, del orden social.

Desde la edad media, todo lo que era desconocido infundía un “sagrado” temor a Dios. Cuanto más oculto, secreto e invisible, el miedo aumentaba y permanecía en el tiempo. Hoy día, tenemos otros dioses que están tan ocultos como los primeros y creemos que la realidad está bajo nuestro control, pero sin embargo, somos nosotros quienes estamos en su poder. Decía Norbert Elias que existía la rentable ficción de que somos dueños y libres de nosotros mismos, creencia muy aprovechable puesto que nos tranquiliza y relaja, así nos pueden coger distraídos en cualquier momento. La consecuencia de esa invisibilidad junto a una percepción controlada, genera una pérdida de “pensamiento social” ¡Objetivo conseguido!

Por tanto, el “miedo es el mensaje”. El miedo y su control son un concepto cultural y político, objetivo central de nuestra cultura postmoderna, a través de él, del miedo, consciente o no, se establece un sistema silente para organizar, controlar y regular a los individuos, grupos e instituciones. Para Pierre Bourdieu todos los mensajes que nos llegan a través de los medios audio visuales, no son inofensivos, todo lo contrario, ejercen una violencia simbólica con un grado de perversidad muy elevado, especialmente porque no son percibidos como tales. Además, resalta que el control social es persuasivo, canalizado a través de los medios de comunicación, confundiendo ficción con realidad. Este poder hipnótico, tiene la capacidad social de producir una anestesia, muy rentable para ciertos sectores.

En la era de la globalización, cualquier amenaza local afecta a toda la sociedad, U. Beck la define como la “sociedad de riesgo global”, por lo que cada vez existen más factores que la adulteran, sirva de ejemplo la crisis económico financiera que vivimos desde finales de 2008  y que tiene unas consecuencias globales que escapan a nuestra percepción. Esta economía global y única funciona al socaire del poder económico, cuyas reformas neoliberales afectan a todo el mundo. La adaptación de los “mercados” financieros a la globalización han producido, como si fuera por generación espontánea, la creación de nuevos consorcios que, sin legitimidad democrática alguna, están tomando medidas que deberían corresponder a la “política” y no a los “mercados”. Este poder, apoyado por las nuevas tecnologías de la información, está invirtiendo los ámbitos de la autoridad que emana del pueblo. El enorme avance y desarrollo de las redes de información están sirviendo, paradójicamente, y provocando un enorme retroceso en la sociedad democrática. Los poderes acumulados por el capital son desmedidos y de seguir así, pronto estaremos viviendo en una “nueva esclavitud”, tal y como la define Mayor Zaragoza, ocasionada por una expropiación y abdicación de la soberanía personal.

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