Para conocer las condiciones de nuestra vida cotidiana y la situación
del mundo moderno, lo primero que
tenemos que hacer es mirar por el retrovisor. Es muy importante echar una
mirada al pasado para comprender lo que está pasando, aunque cada vez todo es más complejo. Nuestros políticos no
están a la altura de las circunstancias y, algunos, pretenden conservar los
“valores fundamentales” del pueblo, como si ellos hubieran sido los elegidos de
esta revelación. El problema aparece cuando personas ajenas a ese “pueblo” se
atribuyen el poder de querer cambiar la sociedad a su imagen y semejanza. Pero, nos estamos dando cuenta, quizás demasiado
tarde, que ese pueblo somos nosotros, es decir, lo que ellos consideran la plebe, el populacho, la chusma.
Pero la gran transformación del mundo comenzó con el cambio de siglo,
es verdad que en esta encrucijada de milenios se producen los avances más
importantes de toda la historia pasada. Por
tanto, la desorientación social ha sido descomunal, podíamos acceder a toda la información que quisiéramos,
cuando la información era el “poder”. ¡Un espejismo! Otra ilusión fue el
descubrimiento de la globalización, esta iba a hacer ricos a los pobres del
mundo, junto al cambio en las políticas económicas que cambiarían también la
vida de todos los ciudadanos del planeta con nuevas oportunidades. Pero, mientras
vivíamos esta ensoñación, se estaban organizando los “mercados”. Eufemismo
irónico. Estaban trabajando, duramente, en la planificación de un nuevo mundo
donde el futuro pasaba por la economía. Esta debería ser el centro de nuestra
vida. El trabajador debería ser un instrumento para aumentar la riqueza, ¿En
qué condiciones? Eso era lo menos importante, aunque la riqueza corría la
suerte de los especuladores y no la de los que bregan en la primera línea, las
clases medias y media-baja.
La estrategia era conciliar la economía con el pueblo, por lo que había
que proyectar un gran espejismo que cegara la realidad con una simple ilusión.
Ese futuro de opulencia exigía el
control de ciertos privilegios de los trabajadores. El sacrificio, casi
“religioso”, era el aval para la “felicidad”.
El secreto de esta estrategia era devaluar, cada vez más, el trabajo. De
esta forma aumentaría la “riqueza en la sociedad”, aunque la “sociedad” estaba lejos
del “pueblo” y pasaba a segundo plano el sufrimiento de los “modernos frankenstein”.
Esos trabajadores eficientes e interfaz hombre-máquina que estaban compuestos de brazos, cojinetes, piernas,
poleas, engranajes y mezcla de sangre, grasa y aceite. Poco importaba su sacrificio, todo
fuera por el “bien común”.
Otro objetivo fundamental, para el gran cambio, era un NUEVO ORDEN
SOCIAL, supuestamente el de la “modernidad”. Quien se opusiera a este cambio de
futuro era, simplemente, por ser un resentido
retrógrado al que había que neutralizar.
Trabajadores con un trabajo desmembrado, empleos
a tiempo parcial, sin derechos y con horas mal pagadas y pensiones a la deriva.
Una devaluación curricular y la emigración de los más jóvenes, la flexibilización
y la precariedad laboral con cifras altas de desempleo y un Estado social cada
vez más debilitado, son algunos de los
problemas relacionados con el trabajo y la dignidad de los “hombres-máquina”. Pero
los grandes perdedores de todo esto son el estado social y la propia
democracia. Esta corriente
neoconservadora, vigilante de sus
alforjas, está produciendo una gran debilidad en las instituciones y en las
políticas sociales. Un Estado débil, con poco control económico y escasa
autoridad internacional, no merece la confianza, ni siquiera de la interfaz
máquina de los ciudadanos. Aunque defiendan una “economía única” y lo más
llamativo la “ideología única” qué es de una
pobreza intelectual que preocupa
gravemente.
El capital, los mercados, los financieros, quieren cambiar el mundo,
esta es su “revolución” y nos afecta a todos. Pretenden acabar con el “desdichado”
Estado de Bienestar. Pero, ¡Ojo!, estos cambios no aparecen por generación
espontánea, su periodo de incubación ha sido muy largo en el tiempo. La
estrategia ha sido cautelosa, discreta, para no levantar sospechas, pero cuando
el guiso ha estado bien cocido, han empezado a aparecer, en pequeñas dosis,
todos los virus de la desesperación.
¿Estamos en un callejón sin salida? No, Hay muchas alternativas ¿Hay
motivos para la esperanza? sinceramente, creo que sí, pero es imprescindible la
acción social. Parece que uno de los grandes logros de los más humildes ha sido
el “derecho al pataleo”. Pues ¡A ejercerlo!, con conciencia, con dignidad, sin temor,
no tenemos los políticos que nos
merecemos, tenemos la libertad de poner a cada uno en su sitio, porque la
democracia es la voz del pueblo. La parálisis y el miedo no son nuestros
aliados.
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