sábado, 8 de junio de 2013

CON DERECHO AL “PATALEO”


Para conocer las condiciones de nuestra vida cotidiana y la situación del mundo moderno, lo primero  que tenemos que hacer es mirar por el retrovisor. Es muy importante echar una mirada al pasado para comprender lo que está pasando, aunque cada  vez todo es más complejo. Nuestros políticos no están a la altura de las circunstancias y, algunos, pretenden conservar los “valores fundamentales” del pueblo, como si ellos hubieran sido los elegidos de esta revelación. El problema aparece cuando personas ajenas a ese “pueblo” se atribuyen el poder de querer  cambiar la sociedad a su imagen y semejanza.  Pero, nos estamos dando cuenta, quizás demasiado tarde, que ese pueblo somos nosotros, es decir, lo que ellos consideran  la plebe, el populacho, la chusma.

Pero la gran transformación del mundo comenzó con el cambio de siglo, es verdad que en esta encrucijada de milenios se producen los avances más importantes de toda la historia  pasada. Por tanto, la desorientación social ha sido descomunal, podíamos  acceder a toda la información que quisiéramos, cuando la información era el “poder”. ¡Un espejismo! Otra ilusión fue el descubrimiento de la globalización, esta iba a hacer ricos a los pobres del mundo, junto al cambio en las políticas económicas que cambiarían también la vida de todos los ciudadanos del planeta con nuevas oportunidades. Pero, mientras vivíamos esta ensoñación, se estaban organizando los “mercados”. Eufemismo irónico. Estaban trabajando, duramente, en la planificación de un nuevo mundo donde el futuro pasaba por la economía. Esta debería ser el centro de nuestra vida. El trabajador debería ser un instrumento para aumentar la riqueza, ¿En qué condiciones? Eso era lo menos importante, aunque la riqueza corría la suerte de los especuladores y no la de los que bregan en la primera línea, las clases medias y media-baja.

La estrategia era conciliar la economía con el pueblo, por lo que había que proyectar un gran espejismo que cegara la realidad con una simple ilusión. Ese futuro de  opulencia exigía el control de ciertos privilegios de los trabajadores. El sacrificio, casi “religioso”, era el aval para la “felicidad”.

El secreto de esta estrategia era devaluar, cada vez más, el trabajo. De esta forma aumentaría la “riqueza en la sociedad”, aunque la “sociedad” estaba lejos del “pueblo” y pasaba a segundo plano el sufrimiento de los “modernos frankenstein”. Esos trabajadores eficientes e interfaz hombre-máquina que estaban compuestos de brazos, cojinetes, piernas, poleas, engranajes y mezcla de sangre, grasa  y aceite. Poco importaba su sacrificio, todo fuera por el “bien común”.

Otro objetivo fundamental, para el gran cambio, era un NUEVO ORDEN SOCIAL, supuestamente el de la “modernidad”. Quien se opusiera a este cambio de futuro era, simplemente, por  ser un resentido retrógrado al que había que  neutralizar.

Trabajadores con  un  trabajo desmembrado, empleos a tiempo parcial, sin derechos y con horas mal pagadas y pensiones a la deriva. Una devaluación curricular y la emigración de los más jóvenes, la flexibilización y la precariedad laboral con cifras altas de desempleo y un Estado social cada vez más  debilitado, son algunos de los problemas relacionados con el trabajo y la dignidad de los “hombres-máquina”. Pero los grandes perdedores de todo esto son el estado social y la propia democracia. Esta corriente  neoconservadora, vigilante de sus alforjas, está produciendo una gran debilidad en las instituciones y en las políticas sociales. Un Estado débil, con poco control económico y escasa autoridad internacional, no merece la confianza, ni siquiera de la interfaz máquina de los ciudadanos. Aunque defiendan una “economía única” y lo más llamativo la “ideología única” qué es de una  pobreza intelectual que preocupa gravemente.

El capital, los mercados, los financieros, quieren cambiar el mundo, esta es su “revolución” y nos afecta a todos. Pretenden acabar con el “desdichado” Estado de Bienestar. Pero, ¡Ojo!, estos cambios no aparecen por generación espontánea, su periodo de incubación ha sido muy largo en el tiempo. La estrategia ha sido cautelosa, discreta, para no levantar sospechas, pero cuando el guiso ha estado bien cocido, han empezado a aparecer, en pequeñas dosis, todos los virus de la desesperación.

¿Estamos en un callejón sin salida? No, Hay muchas alternativas ¿Hay motivos para la esperanza? sinceramente, creo que sí, pero es imprescindible la acción social. Parece que uno de los grandes logros de los más humildes ha sido el “derecho al pataleo”. Pues ¡A ejercerlo!, con conciencia, con dignidad, sin temor, no tenemos los políticos que nos merecemos, tenemos la libertad de poner a cada uno en su sitio, porque  la democracia es la voz del pueblo. La parálisis y el miedo no son nuestros aliados.    

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