domingo, 16 de junio de 2013

BRIGADAS ROJAS EN LA ALPUJARRA


La guerra civil en Granada (España) fue muy cruenta, el ensañamiento se extendió por toda la provincia. En las alpujarras granadinas, alcanzó una importancia extrema, ya que fue uno de los últimos reductos de la república antes de que los golpistas acabaran con el orden constitucional. En Pitres y Capilerilla, las Brigadas Internacionales tuvieron un papel muy señalado.

Las acciones de estas brigadas han sido motivo de miles de historias. Estas unidades militares estaban compuestas por voluntarios extranjeros de 54 países que participaron en la Guerra Civil Española en apoyo  al ejército de la Segunda República, haciendo frente a los golpistas del régimen en 1936. La mayoría no eran soldados, sino trabajadores que fueron reclutados voluntariamente por los partidos comunistas o veteranos de la Primera Guerra Mundial.

Durante la contienda, miles de granadinos fueron fusilados en la tapia del cementerio de Granada por los sublevados y, en determinados lugares, como la Alpujarra alta, los republicanos resistieron y actuaron con gran vehemencia.

La zona de la Taha de Pitres, dominada por los republicanos, dispone de una protección natural,  al ser una tierra muy escarpada facilitaba el escondite y los ataques por sorpresa. Por esta razón aún no había sido conquistada por los rebeldes.

Apolonio y Aquiles eran dos amigos de la infancia, habían nacido en Capilerilla, un anejo de Pitres que estaba encerrado entre las montañas. Ambos tenían la misma edad y estaban casados con tres y cuatro hijos cada uno de ellos. El Apolonio, tenía su apodo,  el “Ceja Rastra” porque las cejas eran como un rastrillo, enorme, tupido como el culo de un legionario y que, prácticamente, le daba la vuelta a toda la cabeza que era muy prominente. Apolonio, sin la boina, no destacaba mucho pero cuando se la ponía llegaba hasta dar miedo. Al tío Aquiles, su amigo del alma, le llamaban el Garrapata, ¿Por qué? Nadie lo sabía. Según los vecinos del pueblo su cara era idéntica a eso, a una garrapata, pero además, toda su familia era igual, sus abuelos, sus tíos, su primos, sus hijos ¡Todos tenían cara de garrapata! Yo, en muchas ocasiones, me preguntaba ¿Cómo era la cara de una garrapata? A esa pregunta todos respondían lo mismo. Pero, ¿Es que no lo ves? ¡Es igualico a una garrapata!

Después de un largo día de trabajo, los dos amigos estuvieron hasta bien entrada la noche de juerga en Mecina Fondales. A las cinco de la mañana decidieron volver a Capilerilla, después de estar bebiendo y jugando a las cartas en Casa de Concha. Ellos no tenían miedo y no había peligro de encontrarse con una avanzadilla del ejército nacional. Mecina estaba en lo más profundo del pequeño valle entre montañas, a los pies de Capilerilla. La única vía de ataque del ejército rebelde era desde lo más alto, ya que  la zona media y baja estaba controlada por las brigadas rojas, especialmente los rusos que tenían fama de brutos y que actuaban sin contemplación.

Los dos conocían a los soldados de las brigadas rusas e intercambiaban con ellos tabaco y vino mosto de la Alpujarra. Eran especialmente amigos de Sergey, Vladímir y Nikolay, con los que mantenían largas conversaciones donde les explicaban lo grande que era su país, la Unión Soviética. Apolonio y Aquiles quedaban encantados con las historias de sus camaradas y se habían jurado que cuando acabara la guerra irían a conocerla. Pero, las leyendas decían que los rusos eran tenebrosos, ya que los que morían en España vagaban como almas en  pena por no poder volver a su tierra, eran espíritus  en tránsito y la gente del pueblo decía haberlos visto por las noches bramando  con  grandes bufidos que aterrorizaban  a todo el mundo.

Cada vez que volvían a su casa, Apolonio y Aquiles, tenían que pasar por un lugar donde decían que estaba enterrado un ruso que lo mató un cacique del pueblo de un escopetazo. El cacique Manuel lo sepultó bajo un nogal, que ya no existe, y fue colocando una ristra de bombas de mano a su alrededor, la idea era matar a sus camaradas cuando lo desenterraran. Por este motivo era un alma atormentada y su espíritu aterraba a la gente porque, él nunca podría volver con su familia. Cuando llegaron al lugar del enterramiento, se escondieron en una esquina para después pasar a toda velocidad por la supuesta tumba. Aunque tampoco estaban para correr ya que habían bebido más de la cuenta. La noche era muy cerrada y  no había un solo candil para ver algo, por eso iban a ciegas, uno apoyado en el otro, dándose ánimos para atravesar este trance lo más rápido posible. Cuando al final se decidieron, oyen un ruido espantoso, como un graznido de ultratumba, en ese momento sienten un aleteo frio de aire que les roza la cara como si fueran unas manos gigantes y que, incluso, llegaron a rozarles. Sus gritos se oían en todas partes y cuanto más gritaban más se revolvía el espíritu. Gritaban con fuerza ¡¡Es el espíritu del ruso!!

Cuando llegaron, cada uno, a su casa y sin resuello, cayeron al suelo y murieron de un infarto.

Al día siguiente, el pueblo estaba conmocionado con la muerte de sus vecinos, pensaban que habían muerto por los “fantasmas rusos”. Cuando estaban todos reunidos en la plaza, llegó Eugenio con su burro contando que se le había escapado de la cuadra y que toda la noche había estado vagando por el pueblo. ¡Lo he encontrado sin aliento, jadeando, sin resuello, muy asustado! ¡Se le ha  quitao el hambre y no quiere ni beber agua!

El ruso aún sigue enterrado bajo el que fue un nogal y todavía nadie se ha atrevido a remover la tierra, quizás para evitar ¿”La maldición del fantasma ruso”?

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