sábado, 11 de mayo de 2013

DE OFICIO ESCRITOR


Quien iba a decirme a mí que a la “vejez viruelas” iba a estudiar para el oficio de escritor. A lo largo de mi vida laboral y/o profesional he transitado por muchas veredas y, en algunos casos, auténticas autopistas, aunque debo confesar que las aventuras más satisfactorias y placenteras tuvieron lugar en los caminos rurales donde aún no había llegado la modernidad y mucho menos el asfalto. Recuerdo aquellos años cuando fui médico de pueblo y me desplazaba en una especie de burro mecánico para llegar a lugares casi inaccesibles. Cuando entraba en la aldea, hacía sonar la bocina para avisar a los vecinos de mi llegada, al igual que hacían otros vendedores ambulantes, como por ejemplo: el panadero, el afilador, el cartero o el reparador de muebles. En mi caso, un solo viaje valía por dos, ya que hacía funciones de médico y de boticario y en un cortijo que, amablemente me cedían, organizaba en una habitación la consulta y en otra la farmacia.

En los años setenta, compatibilizaba mi poca experiencia en medicina rural que me ocupaba parte del verano, con el trabajo en el hospital. Desarrollaba mis tareas en cinco pueblos simultáneamente, en dos estaba toda la semana y en el resto, lo hacía a través de viajes a días alternos. Estos desplazamientos suponían una experiencia fantástica y rozaba casi la ficción. Tenía la sensación de realizar un viaje en el tiempo, era como si atrasara el reloj más de un siglo. Solo había cambiado una cosa y era el pequeño arsenal farmacéutico que transportaba (la industria del sector actuaba ya como los fabricantes de las lavadoras) y, cómo no, el gran avance de los antibióticos que tenía en mi botica. Por lo demás, me sorprendía mucho la sencillez de estas personas que vivían tan aisladas de la modernidad y que estaban  impregnadas de una pobreza tan generosa que, en más de una ocasión, me ruborizaba.

El viaje que hacía para desplazarme a los tres pueblos de la serranía, era inolvidable. El contacto con la naturaleza, casi virgen, me renovaba con grandes dosis de “iones negativos”. Es difícil describir todos los paisajes, colores y olores que aún perduran en mi memoria. Recuerdo el color rojo del campo cuando aún los herbicidas no habían acabado con las amapolas y con el resto de la vegetación. El sonido ambiente más habitual era el del canto de los pájaros, hasta que los biocidas y el DDT lo apagaron sustituyéndolo por el silencio. El aroma de la tierra mezclada con el tufo a estiércol, no me resultaba nada desagradable, especialmente porque en la facultad  nos enseñaron a diagnosticar los olores, ya que hay enfermedades que huelen de una determinada manera, como el olor a paja mojada, a manzanas o el de la misma  orina. En este periodo de mi vida, pude aprender de la sabiduría de los viejos del lugar, tanto o más,  que en la propia facultad.

Cuando volvía a la ciudad y a mi hospital, el cambio era muy perturbador y me producía cierto estremecimiento ya que tenía que enfundarme, de nuevo, en una  “casulla” diferente, la de la “excelencia” y la tecnología. De nuevo, un viaje de retorno  en el túnel del tiempo. El contraste era tan grande que, a veces, me desesperaba y quería volver, de nuevo, a las tripas de la tierra, a nuestro pasado más remoto, a nuestros orígenes, pero era imposible, estaba diseñado y programado para ser un humanoide. El doctor Frankenstein, mi maestro, me reclamaba ante un mundo feliz y cibernético, donde el control y la programación permitían colonizar el futuro. El salto era espectacular porque se viajaba al siglo XXI en un “plisplás”. Además, La Unidad donde trabajaba parecía una auténtica cápsula espacial, llamada la “UVI”. Todos íbamos con trajes parecidos a los de los “astronautas” y el aparataje, respecto al que tenía en los pueblos era comparable a la diferencia de la época medieval a la guerra de las galaxias. En esos años, comenzaba a germinar la nueva tecnología punta y teníamos la fortuna de poder adentrarnos, con enorme curiosidad, en el interior del cuerpo humano. Los cateterismos de Swan-Ganz, los respiradores Bennett MA 2 cuyos instrumentos se parecían al cuadro de mandos de un Jet,  eran algunos ejemplos de un futuro esperanzador.  Algún día contaré todas las contradicciones que pude vivir entre estos dos mundos tan diferentes.

Sigamos con los saltos en el tiempo y volvamos al día de hoy. Después de los azares que he tenido que vivir y disfrutar, me planteo recuperar una vieja afición que tenía de adolescente, la escritura. Recuerdo que mi primo Enrique me introdujo en la lectura, entre otros,  de los existencialistas, cuando yo solo tenía 15 años y a partir de ahí empecé a esbozar frases con cierto sentido. Posteriormente cambié mi afición literaria por la científica, investigar y publicar trabajos  fue la ocupación que me hizo olvidar la literatura. Reconozco que el estudio y el trabajo de la medicina me “embrutecieron” bastante (esta dura afirmación podré explicarla en otro momento). Solo veía a través de un ojo, el otro estaba cerrado a otras sensaciones más mundanas y frívolas, pero más gozosas. Pasaron muchos años para que recuperara parte de lo perdido y fue al cumplir los cuarenta años cuando me decidí  matricularme en el Conservatorio Superior de Música para estudiar violín.

Ya sé que el oficio de escritor es muy difícil y meritorio, pero me ha proporcionado muy buenos momentos y otros no tanto, incluso de cierto sufrimiento, algo parecido a cuando estudiaba cuarto de violín y es que, si no me salía una nota perfecta me inquietaba bastante. Igual me sucede ahora, si no encuentro la palabra correcta sufro una pequeña transformación y, durante un momento, se me queda cara de tonto. A veces, mi desorientación no tiene límites porque la duda me persigue continuamente. Y es que las incertidumbres son mis señas de identidad y, a veces, me pueden transportar a otra dimensión, bien a un mundo virtual paralelo o al universo de los “alelaos”, o sea, a mi “mundo interior” que es lo mismo que a ninguna parte, donde anidan los ratones más activos de la memoria.

Este oficio, donde trabajo de becario, me facilita la creación y el entretenimiento, aunque a veces este viaje me lleve a la contradicción y a tener algunos recelos cuando me pongo delante del ordenador. Sin embargo, a pesar de todo me siento comprometido con esta aventura y tengo muy claro que no espero resultados espectaculares. Mi destino es el “tránsito”, por lo tanto, el “movimiento” y la “comunicación”. Sólo me ocupo del trayecto, que ya es suficiente.

No hay comentarios:

Publicar un comentario