Recuerdo que para transmitirles a mis
hijas la magia de la música les conté como, a través del viento, las notas
musicales podían atravesar y mover
nuestras emociones y sentimientos como si fueran simples “neutrinos”. Además,
difícilmente, se podían explicar todas las sensaciones a través de las
palabras. La emoción llegó más lejos de lo deseado y comprendí, a través de la
música, la pesada carga de la vida, del dolor acumulado de toda la humanidad
desde el origen de los tiempos. Quedé atrapado en el cuento y este se aferró a
mi garganta impidiéndome continuar. Me inundó una tristeza infinita pero, al
final y al ritmo del compás, se produjo la magia, todo el dolor y la aflicción
se transformó en consuelo y felicidad. La ilusión y el optimismo se transformó
en una gran esperanza hacia un mundo nuevo y que, a pesar de todo, se
encontraba dentro de nosotros mismos, aunque tuviera la sensación de que estaba
fuera de este mundo, dando un paseo por las nubes.
¡La música toca sentimientos muy
diferentes y tan distintos de unas personas a otras!
Esta es la magia del pentagrama. Con
símbolos se mueve pasiones y desgracias. Una sinfonía, un concierto, un
preludio o un minueto no son únicos, son universales, distintos para cada oído
y corazón que lo escuche y lo sienta. Afortunadamente, ante la música no somos
todos iguales, no hay homogeneidad, ni isomorfismo como tanto anhelan los “apóstoles”
de la globalización. Este territorio no es una “aldea común” es patrimonio
exclusivo de nuestra libertad, nadie puede colonizarlo, nadie puede
introducirse en él que nosotros no queramos. Es nuestro espacio, invulnerable,
inmune a cualquier contaminación exterior, invencible al desaliento “inducido”,
libre como nuestra razón a pensar y sentir todo lo que anhelamos.
¿A qué pieza musical me
refiero? Aunque son muchas las melodías que me remueven el alma, ninguna como
esta me provoca un gran estallido en mi conciencia. Cada vez que la oigo me
conmueve como la primera vez, como si no la hubiera oído nunca. Es extraño el
efecto que me produce, parece que algún neutrino musical se escapa y toca el
gen adecuado de la “desolación” y la “esperanza”. Se trata del segundo
movimiento -Adagio- del concierto en La mayor para clarinete y Orquesta, K. 622
de Mozart. Esta fue la última obra de grandes proporciones del autor y que
escribió pocas semanas antes de morir. En esta época ya estaba muy enfermo y
vivía en la pobreza. Algunos críticos dijeron que era una pieza musical sin ningún
sentimiento, no apreciaron en ella ni pena, ni resignación. Es insólito que un
genio como Mozart, enfermo y viviendo en la indigencia, ante el presagio de su
muerte, escribiera una obra trivial, ¡Todo lo contrario! el carácter íntimo, la
riqueza de su melodía y el rigor del contrapunto hacen que este adagio sea una
de las obras más sublimes de Mozart.
Una de las sensaciones
que tengo al oír este adagio es la de una gran polifonía. El contrapunto
simultanea los instrumentos de la orquesta. Imagino un gran foro atemporal de
los ciudadanos del mundo reunidos y debatiendo acaloradamente sobre la
humanidad. Los instrumentos, bien superpuestos o individualizada mente de cada
uno de ellos: el clarinete, protagonista, sujeto y objeto de esta historia; los
violines, violas, violoncelo y contrabajo; las flautas, los fagots y las
trompas. El carácter íntimo de la melodía me transporta a otra dimensión donde
todo se empequeñece. El desapego de lo material y de lo instantáneo me provoca
un distanciamiento que me ilumina la conciencia y me da más esperanza. Así es y
así lo cuento.
Comienza el fagot destapando la “caja
de Pandora” (Pulsa el Play)
Me imagino llevando a cuestas una
pesada carga. Escalo lenta y fatigosamente una gran pendiente que parece ser la
de los “presidiarios”. Tengo el mal presagio de que todos los malos actos del mundo
acarrearán nuevos males y nuevas desgracias. El lastre se hace cada vez mayor,
insoportable. Me siento responsable de todos los grandes infortunios de la
humanidad a través del tiempo. Mi desamparo es infinito. Lo más doloroso no es
el pasado, que lo es, sino mirar el tiempo reciente.
Parece que el hombre ha sido y es poco recomendable para el amor y la solidaridad.
Es difícil ser optimista en estas circunstancias. Después de oír el lamento de
nuestro amigo el fagot, el coro de la orquesta repite la melodía, la angustia
va in crescendo y hay pocos motivos para el entusiasmo.
El
desconsuelo del fagot es inaguantable, el peso de arrastre paralizante y el
dolor insoportable. Sin embargo, existe el deseo y la fuerza de salir de este agujero.
De pronto, se produce un cambio en la
melodía ¿Qué podemos hacer? ¿Cómo superar esta angustia? Entonces los “compañeros
de cuerda” lo alienta ¡Ánimo! ¡Juntos podremos! De nuevo el abatimiento, la
desesperación, la impotencia. Pero todos le recordamos que no está solo, que el
camino y la superación serán difíciles, pero al final nacerá un nuevo mundo,
una nueva vida donde la cualidad de la condición humana renacerá. La esperanza
vendrá de la mano de la bondad, del altruismo, de la compasión hacia nosotros
mismos, somos dueños de nuestra crueldad pero también de nuestra condición de
humanidad.
El tercer
movimiento del concierto de Mozart, Rondo: Alegro, es un canto a la esperanza,
a la vida, a un mundo nuevo con aire de fiesta. Repetimos insistentemente que ¡Entre todos podemos! ¡Abajo el desánimo! ¡Agarremos fuertemente
las crines del caballo blanco de la esperanza!
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