Caminaba entre
alamedas con dirección a la estación de trenes. Era una noche muy fría que calaba
los huesos, parecía que miles de cristales de hielo se introducían a través de
los poros de mi piel. El vapor de la respiración me acompañaba como una nube
sobre mi cabeza y mis pensamientos iban
distraídos en sus asuntos. La oscuridad de la noche me abandonaba a los
demonios de las tinieblas, ya que el olor que me llegaba de la arboleda era de
azufre. Por un momento pensé que había errado de vereda pero no, no estaba
caminando hacía las calderas del infierno, era el hedor de la emanación de las
aguas sulfurosas que provenían de las termas milenarias de Madinat Ilbira.
Aceleré el paso
para salir de este bosque amenazador. Muy pronto divisé el edificio de la
estación y sentí un gran alivio al verme fuera de su influencia. El tren había
llegado a la parada de la estación, pero mi sorpresa fue grande al comprobar
que no había nadie para subirse en él. El silencio era desolador, sin embargo,
caminé con firmeza y seguridad para subir a uno de sus vagones. Una vez en ellos,
mi angustia desapareció, era como volver a mi casa, a mi habitación, era confortable y me daba
seguridad.
A los pocos
minutos el tren se puso en marcha, me senté en uno de sus asientos y comprobé
que yo era el único pasajero de ese vagón. ¿Dónde estaría la gente? Me extrañó
y me dirigí a otros vagones para comprobar porqué en el mío no había ningún viajero,
sin embargo, todo el tren iba vacío. Comencé a inquietarme y miré a través de
las ventanas, la estación estaba desierta. El ritmo del tren era muy lento pero
a los pocos minutos ya estaba en medio del campo. No sabía qué hacer, me
encontraba muy inquieto y el tren ya no era el lugar acogedor que conocía.
Miraba de un lado a otro y comprendí que estaba preso en el tren, intenté saltar
al exterior pero la velocidad ya era muy rápida, y mi desasosiego iba en
aumento. Podría estar dentro de un sueño porque no recodaba la razón que me
motivó hacer este viaje y tampoco conocía su
destino.
Todo era muy
extraño, no estaba viajando en un tren moderno porque este ferrocarril era muy
antiguo, tenía asientos de madera y se agitaba como si fuera sobre las olas. De
pronto, pude observar, a través de los cristales, una gran columna de humo negro
que procedía de la máquina ¡Era un tren de vapor! ya estaba claro ¡Estaba
viviendo una pesadilla! ¿Sería este mi último recorrido? ¿Hacia dónde me llevaría?
Todo era muy confuso, y comprobé que no había
llevado equipaje, ni siquiera una bolsa con comida, solo mi abrigo y un
sombrero. Quien quiera que me invitara a este viaje conocía que no iba a
necesitar nada.
Atravesé todo el
tren y me dirigí al maquinista, este me podría informar sobre lo que estaba
pasando. Cuando llegué comprobé, a través de los cristales, que era una persona
mayor con una gorra de plato. Su cara era familiar, me recordaba a mi abuelo. En
ese momento me habló, ¿Qué tal, cómo estás? Pues yo, muy bien, recuerdo que
estaba acostado en mi cama y al poco rato me encontraba en este tren. No te
preocupes, te he llamado yo, quería contarte que este es mi último viaje. Hemos
aguantado mucho pero al final, nos han vencido, perdimos la batalla que comenzó
hace muchos años. ¿A qué batalla se refiere? Pues, a que batalla va a ser, a la
de los “señoritos”, los que celebraron con gran júbilo la llegada de la primera
máquina y los mismos que la desahuciaron cuando dejó de ser su transporte de “élite”
y aparecieron aquellos carros de cuatro ruedas con un motor de combustión a
cuestas.
Han sido muchos
años de resistencia, pero, hoy día, es imposible luchar contra enemigos tan poderosos.
¡Esas máquinas, endiabladas, están por todas partes! Incluso en las ciudades,
todo se ha diseñado para ellas, las calles, los puentes, los campos, todo,
absolutamente todo. Bueno, no me negará usted que no nos podemos oponer a la
modernidad. Sí, sí, llevas razón, pero yo creo que cuando el ser humano es
capaz de crear algo tan bello debería protegerlo y dejarlo para el disfrute de
millones de personas.
Un tren es algo
más que una máquina, ha representado tantas cosas que, viajar era la ilusión de
la aventura, del placer de observar el paisaje, tantas y tantas cosas, que se
están perdiendo y diluyendo en el olvido. Dentro de pocos años todo quedará en
el recuerdo y podremos ver sus esqueletos en el suelo, como pasa en algunas
ciudades con los trozos de raíles de los tranvías esparcidos por las calles. Pues,
¿Sabe usted? Hoy no es un gran día para el ferrocarril, a veces pienso que los
humos y el ruido forma parte ya de nuestras vidas, parecen el alimento perverso
que algún día nos destruirá. La noticia que le voy a dar no le va a hacer
ninguna gracia, nuestro Gobierno ha tomado la determinación de eliminar 48
líneas de la Renfe, el 32% de la ya escasa flota de ferrocarriles, curiosamente son los que
ayudan a cerca de dos millones de personas a desplazarse. En esta política de “austericidio”
dicen que van a ahorrar más de 14 mil millones de las antiguas pesetas.
Nos miramos
fijamente a los ojos y con tristeza nos despedimos. Al poco rato me desperté
del sueño y pensé, con gran alivio, que todo había sido una pesadilla, pero sí,
todo había sido una alucinación, salvo el brutal recorte que perjudica, de
nuevo, a los más humildes, a los más necesitados. También me he despertado con
la noticia de que ha aumentado la pobreza en España un 8% en los últimos cuatro
años. Más gente que van al saco de los pobres de este país. Además, afectan al
futuro, porque sobre todo son jóvenes y familias con niños. Las desigualdades
sociales van para arriba, como los mejores, un 13% más. Pero vosotros, los poderosos, los financieros
de nuestras almas, no sufráis, nunca vais a tener este problema, porque siempre
podréis viajar por tierra, mar y aire.
No hay comentarios:
Publicar un comentario